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Artículos
Se complica la sucesión en Cuba.
Por Carlos Alberto Montaner
Si Fidel Castro hoy decidiera morirse el velorio estaría lleno de gentes
más nerviosas que compungidas. A Raúl, su hermano y heredero, tal vez ya
no le resulte tan sencillo asumir el poder, y mucho menos ejercerlo
eficazmente. Han vuelto a aparecer con gran fuerza los testimonios sobre
su intensa vinculación al Cartel de Medellín en la década de los ochenta,
y eso es devastador para cualquier gobernante.
La noticia saltó a la luz pública hace pocas semanas por medio de un
despacho de Televisión Española: John Jairo Velásquez, conocido como
«Popeye», mano derecha y Jefe de Seguridad de Pablo Escobar (el gran
capo del Cartel de Medellín muerto a tiros en 1993), desde la cárcel
bogotana donde está retenido por asesinato dio toda clase de detalles
sobre las estrechas relaciones entre Raúl Castro y los barones de la
droga colombianos.
Ni tardo ni perezoso el gobierno cubano trató de sembrar dudas sobre la
veracidad de las palabras de «Popeye» -quien se propone escribir sus
memorias bajo el muy churchilliano título de «Sangre, traición y muerte»-,
pero las afirmaciones del sicario colombiano coinciden milimétricamente
con el resto de la información de que dispone el DEA, incluidas las
fotos de la utilización de las bases militares de la Isla para la
recepción y reexpido de la droga. Para quienes conocen cómo funcionan la
Inteligencia y las fuerzas armadas del país, resulta absolutamente
imposible de creer que esas operaciones se llevaran a cabo sin el
conocimiento y la aprobación del alto mando, y muy especialmente de Raúl
Castro, competente y minucioso jefe del aparato militar desde más de
cuarenta años.
El próximo paso de este truculento episodio está a mitad de camino entre
la diplomacia y la justicia. Es posible que Estados Unidos, víctima de
las operaciones de narcotráfico autorizadas y respaldadas por Raúl
Castro, le solicite al gobierno colombiano que reclame la extradición
del hermanísimo para que responda de estas acusaciones ante los
tribunales, dado que no lo ampara ninguna clase de inmunidad. Al fin y
al cabo, si el testimonio de «Popeye» ha servido para encausar al ex
senador colombiano Alberto Santofimio Botero por inducir en 1989 al
asesinato del líder liberal y candidato a presidente Luis Carlos Galán,
no se entendería que se ignorara en el caso del general Raúl Castro.
Naturalmente, nadie espera que Fidel Castro entregue a su hermano a la
Justicia colombiana, y mucho menos a la norteamericana, pero el impacto
político de este renovado escándalo puede descarrilar totalmente el
proyecto sucesorio en Cuba. Los militares, el Partido Comunista, el
Ministerio del Interior y los órganos de gobierno de Cuba, convencidos
de que, tras la muerte del Comandante, necesitarán desesperadamente de
una figura que le aporte legitimidad internacional a un régimen
impopular y tambaleante, totalmente anacrónico, no pueden ver con buenos
ojos que se sitúe a la cabeza del Estado a una figura estigmatizada por
el tráfico de cocaína. Incluso, sería muy peligroso, como se demostró en
el caso panameño tras la invasión que derribó a Noriega en diciembre de
1989. Nadie en el mundo movió un dedo para protegerlo. Es muy difícil
defender a los narcotraficantes.
Fuente:
La Nueva Cuba
Mayo 27, 2005
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