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Artículos
Mel Martínez y El Sueño Americano.
Por Carlos Alberto Montaner
A principios de los años sesentas del siglo pasado miles de familias
cubanas tomaron la dolorosa decisión de separarse de sus hijos para
evitar que la recién estrenada dictadura comunista, entonces empeñada en
la brutal construcción del “hombre nuevo”, se apoderara del control
moral y educativo de sus vidas.
Entre 1960 y 1962, auxiliados por la Iglesia Católica, así llegaron
solos a Estados Unidos catorce mil niños y jóvenes que fueron
precipitadamente colocados en escuelas y hogares de acogida hasta que
pudieran reunirse con sus padres. Muchos tardaron meses en reencontrarse.
Otros, varios años. Algunos, como mi amigo Jorge Viera, nunca más
volvieron a verlos. A este angustioso episodio se le conoce como la
“Operación Peter Pan” y es notable por el desproporcionado número de
cubano-americanos exitosos que surgieron de esa traumática experiencia.
Entre ellos, los extraordinarios compositores Willy Chirino y Marisela
Verena, la cantante Lissette Alvarez, el escritor Carlos Eire, el
superempresario Armando Codina o el editor Frank Rodríguez. Es posible
que la soledad y el desarraigo, lejos de debilitar el carácter de estos
muchachos, les haya servido para endurecerlos y forjar en ellos un mayor
sentido de la responsabilidad.
Uno de aquellos “Peter Pan” inteligente, alto, flaco y de piel atezada
se llamaba Melquíades (Mel) Martínez, tenía 15 años, era un ferviente
católico, jugaba al béisbol con cierta destreza y procedía de Sagua la
Grande, un pequeño pueblo de la parte central de Cuba. En octubre de
1962, pocos días antes de la Crisis de los Misiles, Mel embarcó rumbo a
Miami sin saber que, precisamente muy cerca de su casa, los soviéticos
habían emplazado cohetes atómicos listos para atacar a Estados Unidos.
La historia de Mel Martínez la cuentan hoy todos los diarios
norteamericanos. Acaba de ganar las primarias del Partido Republicano en
el estado de Florida y es candidato al senado federal. Hasta hace pocos
meses formó parte del gabinete de George W. Bush como Secretario de
Vivienda y Desarrollo. Antes había sido alcalde de Orlando, una ciudad
floridana en la que no abundan los cubanos, pero sí los puertorriqueños.
Mel estudió Derecho, se casó con una norteamericana y se integró
totalmente en la sociedad estadounidense sin abandonar sus raíces
hispanas. Es bicultural ?habla el español y el inglés sin acento? y, con
bastante razón, asegura jubilosamente que el “sueño americano” existe y
es posible alcanzarlo. Su propia vida da testimonio de ello. Si el 2 de
noviembre gana las elecciones será el tercer hispano que se convierte en
senador federal en la historia de Estados Unidos y el primer
cubano-americano que alcanza ese honor. Aparentemente, tiene bastantes
posibilidades de lograrlo. Florida no es un estado particularmente
racista o xenófobo y ya tuvo un gobernador de apellido, precisamente,
Martínez.
El “sueño norteamericano” no es, exactamente, el éxito material. Es algo
mucho más importante: es el envés de una curiosa expresión que recoge la
Declaración de Independencia de Estados Unidos: el derecho a la búsqueda
de la felicidad individual. La idea implícita en esa frase es que si uno
respeta las reglas de juego y se esfuerza en una dirección libremente
elegida, puede lograr y preservar la felicidad que con tanto tesón ha
procurado, relación entre causa y efecto que genera en las personas la
inmensa satisfacción de haber cumplido exitosamente con la misión
escogida.
Curiosamente, quienes mejor pueden entender el vínculo entre “la
búsqueda de la felicidad” y el “sueño americano” son los inmigrantes
como Mel Martínez. Los norteamericanos, que hace más de dos siglos
inauguraron una república hasta ahora triunfante, dan por hecho lo que
para un inmigrante resulta extraordinario. Los judíos europeos que
escaparon a la vesania nazi y llegaron milagrosamente a Estados Unidos,
los cubanos que huyeron del castrismo, los nicaragüenses desterrados por
los sandinistas o los venezolanos que hoy se evaden del caótico Chávez,
saben que en sus patrias de origen no existía ninguna garantía de que
estudiar, trabajar con ahínco y cumplir las reglas conducía a encontrar
una forma de felicidad permanente o de seguridad familiar, porque la
fragilidad del estado de Derecho ponía constantemente en peligro las
conquistas personales.
En estos países, ser un ciudadano laborioso y decente no garantizaba el
derecho a la propiedad, a la dignidad, y ni siquiera a la vida.
Cualquier demagogo que invocara la sacrosanta palabra “revolución”,
rodeado de otras gentes de su calaña, en poco tiempo podía destruir
impunemente los “sueños” duramente alcanzados por millares de personas
tras muchos años de desvelos. Lo que Mel Martínez y millones de
inmigrantes encontraron en Estados Unidos fue una sociedad en la que
nadie podía arrebatarles el fruto de su trabajo.
¿Llegará Martínez al senado? No lo sé. El senado americano es una
institución de varones blancos, generalmente ricos, en la que predominan
los WASP, y su contrincante demócrata, Betty Castor, es una valiosa y
reconocida educadora. Pero Martínez es un inmigrante empeñado en
triunfar. A esas personas no es fácil detenerlas en su camino a la
cumbre.
Septiembre 5, 2004.
Fuente:
NetforCuba International
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