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Navidad en el exilio.
Por Luis Alberto Ramírez

Entre caminos de nieve, en los espaciados teñidos de un parque lejano, donde caen suavemente sobre la calle que la reciente nevada ha blanqueado al sendero, y en la que unos niños, vívidos gorrioncillos de la gran Ciudad, cantan temblando de frío, cantan y tiran bolas de nieve contra las ventanas, va solitario el aire frío quemando la piel de cuanto ser vivo por allí transita.

Un hombre alto, de gabán negro avanza lentamente contra las luces brillantes y artificiales de la noche, está poco abrigado y en su cabeza le atormenta la idea de que ese día es nochebuena y está lejos de su Patria.

Es un hombre sin patria. Un hombre que lleva el peso de su nación gastándose dentro de su enorme corazón, dentro de su mente turbulenta, y que va hilvanando las frases de un articulo que ha de enviar el día siguiente a un País lejano, donde en una editorial de páginas amigas darán cabida al trabajo literario intenso y angustioso, que tortura a este hombre que debía estar a resguardo de la intemperie, de la lucha por la vida diaria y no lo está, sin embargo, está dando todo lo de si en pos de una idea, de un propósito, de un objetivo que debió haber quedado atrás (de haber sido egoísta el hombre de gabán negro), en el recuerdo, o en la lejanía. Su apóstol, su candil, su guía dijo:

“¿Quien no regala en estos días, únicos en que no es triste la nieve? Se hablan los que no se conocen, se ríen los que no llevan alegría en su alma y se le da calor a quien nunca ha visto el Sol”.

Así va dialogando el hombre con su pensamiento, el hombre alto solitario y magro, que viste un gabán negro. Y es rico con la riqueza terrible del sueño magnífico de liberar su tierra esclava, porque su tierra es el único dolor que su alma soporta, y la quiere liberar de las garras del malvado, no con armas, no con furia retraída, sino con el pensamiento y la palabra plasmada en largos caminos de papel, o en pantallas coloridas e iluminadas de redes mundiales donde miles de mundanos y no, sacian su sed de saber, de aprender, de agregar.

Ya no es como antes, hoy la pascua es brutal. En los tiempos en que las mujeres tejían a la sombra del framboyán de la casa, la pascua era santa, ahora la pascua dejó de ser santidad propia del espíritu, ahora es una cadena de egoísmos, y de objetos materializados en orgullos y egocentrismos paganos sin fundamento, propios, de cabalgatas en pos de la compra y la venta, como epitafio de un tiempo que ya no existe, que ya murió, pero que muchos quisieran recuperar, quisieran revivir, para que la pascua sea todo amor, todo paz, toda unión.

Y llega a la casa que alquila con abundante sudor verde papel, y está ya la comida en el horno, la bebida en la copa y la fuente caliente de su esperanza se exprime, y sus hijos le abrazan la pierna y le dan gracias por conocer a Santa, y su esposa le regala una linda sonrisa acompañada de un amoroso beso, y observa el arbolito que brilla con luces de interminables colores, y se sienta al borde de la mesa rebosada de frutas, y siente que no está allí, está en su patria, junto al que sufre, al que no tiene navidad, ni Santa, ni nieve, ni comida, ni vino, ni copa ni paz, y dos grandes gotas de lágrimas calientes le refrescan la mejilla y llora, llora su alma triste, y la añoranza le aprieta con fuerza su corazón y le duele, le duele cada vez más y llora, llora de verdad.