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Artículos
Sodoma, Gomorra, La Habana y el SIDA.
Por Juan González Febles
En Cuba existen capas de VHI (virus de inmunodeficiencia humana), Sida,
provenientes de África, que la convierten en un peligroso polvorín
epidémico a escala regional. Esta fue la conclusión a que llegaron
expertos reunidos en Bangkok, Tailandia, con motivo de la XV Conferencia
Internacional sobre sida allí sostenida en fecha reciente. Los expertos
provenientes de diversas zonas geográficas coincidieron en la
preocupación sobre la condición epidemiológica en la Isla. Yendo atrás
en el tiempo, recordemos cuando se reportó la existencia de tan terrible
pandemia en nuestro medio. Fue en la primera mitad de la década de los
80. La nota aparecida en Granma afirmó que se trataba de un homosexual
que regresó de New York.
El mal (siempre según el rotativo
oficial) proveniente de New York entró en La Habana. Para redondear,
traído por un homosexual, dedicado a las actividades propias de su "clase".
Esta fue la mejor de las conjunciones de acuerdo con el imaginario
propagandístico gubernamental. Tenemos al pobre gay, a New York (léase
el imperio) y finalmente, el sida. Faltó decir que los "heroicos
combatientes internacionalistas" enviados al África, regresaban (en
algunos casos) tocados por dolencias exóticas a nuestro medio. Que los
capaces médicos cubanos no sabían cómo tratarlas ni de qué se trataba.
Que la gente moría y se las enterraba sin comentarios. Que por aquellos
tiempos se creó a la carrera el Instituto de Medicina Tropical Pedro
Kourí (IPK). Nada de lo anterior mereció la mención o la atención de la
prensa oficial de la época. Eran los "tiempos felices" en que no tenían
rival, porque aún no nacía la prensa independiente. Desde 1959, como las
Sodoma y Gomorra bíblicas, La Habana fue advertida de sus abominaciones.
Una voluntad autoritaria y cruel
como la majestad divina del Génesis así lo determinó. Pero a sus
emisarios barbudos y manigüeros no les importaba encontrar diez justos o
diez cosas justas en La Habana. Para ellos, en La Habana nada merecía
ser salvado. La capital no fue destruida con fuego. No en la variante
divina o en versiones más profanas. Sus destructores, por afinidad,
combinaron el más perfecto kirsh, una competencia fuera de serie y la
peor de las intenciones. Destruyeron La Habana por ser el "burdel" de
los americanos. Pero se trataba de una ciudad hermosa y moderna. La
prostitución estaba bajo control en zonas bien delineadas. Existía un
control epidémico severo tanto en la zona del lenocinio como en la
entrada al país. La nación se ocupaba de proteger a sus ciudadanos de la
introducción de epidemias mediante la inspección de los ingresos al país
en la Estación de Tricornia, entre otros puntos de control de
enfermedades.
Años después, cuando el sida apareció en la escena nacional, el régimen
volvió a mostrar su rostro más feroz. En ningún lugar del mundo
occidental se trató en forma más cruel a los afectados por la epidemia.
En algún momento se divulgó por canales informales que la enfermedad era
cosa de homosexuales. A los infectados se les internó y se les sometió a
procedimientos policiales impropios, incluso para el trato a
delincuentes. El sida y su aparición en nuestro medio no fue sólo un
asunto de homosexuales. La vida demostró que se trató de la
responsabilidad de la dictadura militar castrista. De sus aventuras
militares irresponsables llevadas adelante por sus espadones en el
África y en otros espacios geográficos. La aparición del sida en Cuba
como consecuencia de las empresas faraónicas del régimen trajo, además,
situaciones de pesadilla en un espanto continuamente renovado. Se
reportaron casos de adolescentes y jóvenes que se inocularon el mal. Lo
hicieron para aislarse de una realidad que rechazaban.
Los medios oficiales, por acción en unos
casos, y por omisión en otros, culparon a Occidente y a los Estados
Unidos por la causa y consecuencia de la epidemia mundial. La acción
implacable del tiempo dejó al descubierto a los jinetes apocalípticos
que convirtieron en víctimas a Cuba y a su capital. Los ángeles
perversos de Sodoma y Gomorra posesionados de La Habana, miran hoy
complacidos la obra de sus diablejos manigüeros. Estos nos quitaron la
libertad, destruyeron nuestra ciudad y nos trajeron el sida en la boca
de sus fusiles AK-47. Todo esto (bueno es decirlo) junto a los laureles
de una discutible y pírrica victoria.
Fuente La Nueva Cuba
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