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¿Asfixia con tanto aire?

Por Iria González-Rodiles*

Aunque tal vez sean pocos, existen. A mi juicio, es un extraño anacronismo en Suiza: la existencia de algunos comunistas confesos y activos. Dada la obsolescente teoría que preconizan y el estrepitoso derrumbe de sus antiguos baluartes, yo los creía una especie política cuasi-extinta en el mundo libre; sobre todo, en países tan ricos y demócratas como el país helvético.

Son anticapitalistas, por supuesto, pero aprovechan –con creces— las ventajas del sistema democrático capitalista y del estado de derecho:

En Locle, única localidad suiza con mayoría comunista, ocupan tres de los cinco sitios ejecutivos de gobierno.

Tienen sus propias publicaciones –La Brèche, revista, y La Vie D’Château, periódico—, y, por si fuera poco, han acaparado ocho páginas en un reportaje del periódico COOP, propiedad de... empresarios capitalistas. (¡Le zumba!).

Aceptan a Marx; rechazan a Lenin. Desaprueban el comunismo de corte “autoritario” de Corea del Norte, Vietnam o China, pero simpatizan con el cubano. (Contradictorio, pues no existió, ni existe ese sistema de otra manera, ni sin el carácter “totalitario” que ellos soslayan al describirlo).

No los desanima el desplome del muro de Berlín, el bloque socialista y la Unión Soviética; a toda voz, continúan llamándose “camaradas” y califican de “camaradería” las relaciones que establecen entre ellos. (Terminología caduca y sectaria: nadie más la utiliza, al menos, en Suiza).

Los más jóvenes ven como primordial la lucha de clases y practican “el poder de la calle”, donde se reunen y manifiestan libremente. Incitan a la población a “tomar conciencia”, o sea, pensar y proceder igual que ellos respecto al capitalismo democrático. (Como siempre, si piensas como ellos, eres “consciente”, de lo contrario, eres un “inconsciente”).

Admiten que se les nombre así, ‘comunistas’, ‘socialistas’, ‘izquierdistas’ (o ‘popistas’ que no es lo mismo, pero es igual), aunque “sin abuso”, como alguien dijo en el reportaje, pues oficialmente se denominan Partido Suizo del Trabajo (PST) y Partido Obrero Popular (POP), nombres in memorian del tramposo reclamo comunista “¡Proletarios de todos los países, uníos!”. (Que ya no escucha la mayoría de la gente escarmentada con el ‘truquito’).

Pero la organización juvenil es más provocadora: se llama Movimiento por el Socialismo (MPS), aunque ese sistema, lejos de moverse, siempre se estanca. (Sin agravios, lo prueban la práctica y la historia).

Su fraseología me trae muy malos recuerdos: la escuché durante casi medio siglo en mi país, produciéndome una mezcla enfermiza de hastío, desencanto y temor ascendentes, hasta lo insoportable.

Como me decía un buen amigo que reside en Cuba, aunque vive allá al margen de la política y en exilio interno: “Los comunistas son excelentes opositores” –‘aguijones’, así lo califican en el reportaje del COOP— “pero nefastos gobernantes; en cuanto toman el poder se convierten en una élite tiránica y privilegiada que por conveniencia llaman ‘dictadura del proletariado’, un invento para engatusar a la gente, primero, y someterla, después”. (Pero, venga de quien venga, toda dictadura es perniciosa, señoras y señores).

Hasta aquí, en este artículo, no hay nada nuevo para los suizos, ni para casi nadie en el mundo libre, pero lo escribo, sobre todo, obligada por las declaraciones que aparecen sobre mi país, Cuba, en la sección Dossier, a cargo del colega Charley Veuthey, del periódico COOP (No. 25, junio 22, 05), que utilizo como principal fuente informativa.

Yo, al leer el reportaje, desaprobé su publicación, porque a veces, aunque muy pocas, emerge en mí la intolerancia conque me marcara el socialismo cubano, ese mismo que la izquierda suiza edulcora en COOP.

Pero reconozco que he recibido, así y aquí, en Suiza, una lección magistral del ‘asfixiante’ capitalismo democrático, un excelente ejemplo de auténtica libertad, ese alimento indispensable para el ser humano, estrangulado por los izquierdistas, socialistas, comunistas –como quieran llamarle— en cuanto se posesionan de los destinos de un país. (Sé que en el capitalismo se han establecido dictaduras –aunque predominan las democracias—, pero el socialismo, invariablemente, siempre fue y es dictatorial y totalitario, como la vida lo ha demostrado y aún demuestra).

De todas formas, de Suiza se ocupan los suizos. Y yo, como cubana, de Cuba.

El dorso del Dossier

Según lo publicado en COOP, Alain Bringolf, 65, presidente de PST, confiesa que no es favorable al “autoritarismo” de la política de Fidel Castro, pero que “no está seguro de que el sistema cubano sea más asfixiante para los individuos que el capitalismo”.

Desde luego que existen problemas como en cualquier parte del mundo: el bellísimo y paradisiaco planeta Tierra es un “valle de lágrimas”, de “sombra y de muerte”, a causa de nosotros, sus habitantes.

Pero todos los suizos (tal como se refleja en el mismo reportaje del COOP dedicado a la izquierda radical suiza), todos los ciudadanos de las sociedades democráticas capitalistas, pueden manifestarse en las calles, ocupar sitios en el gobierno (aún siendo opositores), expresarse en los medios informativos –propios o ajenos—, emprender negocios por cuenta propia, asociarse a partidos u organizaciones políticas de la oposición, viajar y regresar a su país de forma incondicional...Y así, indefinidamente.

En Cuba –¿quién lo ignora?— carecemos de todos ésos y otros innumerables derechos esenciales. Por restablecerlos, luchan ciudadanos comunes, disidentes y opositores, bajo el riesgo de terminar en la cárcel, o en el mejor de los casos, ser víctimas de persecución, amenaza, vigilancia, arresto, interrogatorio, improperio o agresión física.

Precisamente, el señor Bringolf realizó un viaje a Cuba invitado por el Partido Comunista de la Isla. Quizás, como extranjero al fin, paseó por la Cuba de los extranjeros, e invitado al fin, le mostraron la ‘vidriera’ de la Cuba gubernamental, pero no conoció el fondo y trasfondo mayoritario de la Cuba cubana. (Si alcanzó a ver alguna calamidad –probablemente, pues abunda— pronto las autoridades le ‘echaron la culpa al imperialismo’; nunca, al rotundo fracaso del sistema socialista).

Pero, si se pretende conocer bien a la Cuba cubana, no basta con un paseíto dirigido; es preciso sumergirse en lo más profundo de la sociedad, vivir allá durante casi medio siglo, sin dólares, sin privilegios ni distingos oficiales, como el más sencillo de todos ciudadanos: haciendo extensas ‘colas’ para cualquier gestión o compra, desgastándose, durante horas, a la espera de un transporte que no pasa o no para, aguantando el hedor, los empujones, las riñas y el hacinamiento en la guagua (bus) o en el ‘camello’ (rastra adaptada para transportar personas como si fueran animales) o pedaleando una bicicleta a pleno sol o a plena lluvia con el estómago estragado por el hambre, malcomiendo y desnutriéndose por la cartilla de racionamiento o, para no desfallecer, comprando al Estado y al mercado negro alimentos a precios supra-exorbitantes, viviendo con el techo de la casa a punto de caerle encima o en un ‘albergue’ colectivo sin esperanza de restablecer la intimidad del hogar perdido tras un derrumbe, en medio de largos apagones veraniegos que, sin ventilador, desvelan y ahogan durante el día y la noche...abnea cotidiana por infinitas penurias, las ‘de nunca acabar’.

Bringolf repite, entonces, los cacareados logros de la educación y la salud del sistema cubano, hasta el punto absurdo de “una posible ventaja sobre el mundo occidental”:

Tal vez visitó los centros hospitalarios donde sólo se atienden los extranjeros y la élite criolla. Aunque la mayoría de los médicos cubanos son muy competentes, los hospitales destinados a la población constituyen un auténtico desastre: carecen de los recursos necesarios y de la higiene indispensable para ofrecer un nivel asistencial eficiente.

La enseñanza se aprovecha como medio de adoctrinamiento político-ideológico, para niños y jóvenes, al margen de la voluntad de los padres, quienes se hallan imposibilitados de elegir el tipo de educación que quisieran para sus hijos: todos los centros de estudio son de propiedad gubernamental. Por lo tanto, se discriminan y marginan aquellos estudiantes que no oculten sus discrepancias con el establishment o que, simplemente, profesen otras formas de conducta y pensamiento, distintos al esquema oficial.

(Si el señor Bringolf se refiere a la gratuidad, quizás ignora que la población cubana paga todo mediante impuestos y superimpuestos ocultos tras los abusivos precios de las mercancías y de otros medios de vida; quizás olvida, además, que los obreros, los trabajadores, son quienes producen los bienes materiales en cualquier sociedad y que –al decir del marxismo— el estado y el gobierno son parasitarios. En consecuencia, cuando el sistema es socialista, como el caso de Cuba, gobierno y estado, fundidos, se convierten en los dueños absolutos de todo cuanto existe, de la gente misma y de la famosa plusvalía : lo gratuito es puro espejismo).

Pero el precio más alto, conque los cubanos pagan las supuestas ‘gratuidades’, es la ausencia de libertad, con el aplauso y el asentimiento obligatorios, a pesar de tantos pesares, como si vivieran en el paraíso encantado o en la mejor de las sociedades posibles. Sin chistar. Éso sí es ‘vivir sin aire’ para cualquier individuo...

Otro aspecto, general y particular, parece ignorado por Denis de La Reusille, 44, presidente de Locle, cuando expresa: “¿Cómo ser capitalista después de las guerras que el sistema ha provocado?”. En el caso que me ocupa, Cuba promovió la subversión mediante la guerra de guerrillas en América Latina y tuvo un rol protagónico e injerencista, en las guerras de Etiopía, Angola, Argelia, el Congo... con un gran saldo de víctimas entre los cubanos y los nacionales de esos países, militares o inocentes civiles.

Entonces, La Reusille tampoco podría ser socialista, porque ese sistema no está exento de provocar contiendas bélicas con grandes perjuicios materiales y desgracias humanas, según prueba la legítima historia universal, no la que se inventa.

Revelaciones del Dossier

Al contemplar una de las tantas fotos publicadas en el artículo de COOP (algunas ocupan páginas completas), donde un joven suizo, Julián (24), posa usando un T-Shirt con la hoz y el martillo, recordé a Rubén, otro joven, pero cubano, que fue arrestado y sometido a interrogatorio en La Habana por llevar la imagen del águila imperial en su pullover: entonces tendría unos 24 años, también.

Tiempo después, motivado quizás por ésa y otras tristes experiencias, Rubén integró la inmensa lista de balseros que no lograron cruzar el Estrecho de la Florida, en busca de una vida con oxígeno, allá, en las “entrañas del monstruo imperialista”, capitalista. (Llama la atención que hasta los ciudadanos de izquierda que, a causa de su ‘anticapitalismo’, huyen de sus respectivos países, no piden asilo en Cuba, Viet Nam, China o Corea del Norte, sino en países capitalistas democráticos).

Mientras, en otra foto –donde el cuadro del Che Guevara cuelga en la pared de fondo—, un muchacho helvético, con expresión pícara en su rostro, muestra el panfleto titulado El grito del pueblo; de este modo, me confirma la plena opción, de idolatría y de lectura, existente en el capitalismo democrático.

Dada esa magnífica posiblidad (y para que no recorran los mismos caminos que, equivocada y bien intencionadamente, primero, y atrapada, después, también yo transité desde mi adolescencia hasta mi adultez), recomiendo a esos jóvenes –y a los mayores— leer, además, La Gran Estafa, de Eudocio Ravines, 1984, de George Orwell, Historia de Federico Sánchez, de Jorge Semprún y La Nueva Clase, de Milovan Djilas, entre otros clásicos de la literatura universal. (En Cuba, la lectura y la venta de éstos y muchos otros libros está proscrita... y se admite un sólo ídolo, aunque niegan que se trate del ‘culto a la personalidad’ que el marxismo teórico considera dañino).

También la revista La Brèche y el periódico La Vie D’Château que, como ya apunté, son publicaciones de la izquierda suiza, removieron en mi memoria un pasado cercano y aún latente en mi país: entre otros factores, la publicación de los dos primeros números de la revista De Cuba, editada por reconocidas figuras del periodismo independiente cubano, tuvo como respuesta gubernamental la dramática ola represiva de marzo del 2003, bien llamada ‘la primavera negra de Cuba’.

Sin clemencia, veintisiete colegas fueron encarcelados con penas equivalentes a la cadena perpetua. El director de la revista De Cuba, Ricardo González Alfonso, cumple una condena de veinte años de prisión. (Transcurridos más de dos años en cautiverio su salud declina peligrosamente, agravada por una intervención quirúrgica; también es precario el estado físico de otros colegas encarcelados).

A pesar de mis diferencias con la izquierda radical suiza y con todo lo que huela a ‘rojo’, algo tenemos en común, como seres humanos: ellos “creen en un mundo que puede ser mejor, más justo”, según declaran al colega de COOP. Yo también, pero sé –por experiencia en pellejo propio, durante casi medio siglo— que nunca “la tierra será el paraíso bello de la humanidad” con un sistema totalitario, que acorrala al individuo y lo despoja hasta de sus libertades mínimas.

Creo que un cambio amoroso en el mundo interior de cada persona, una ‘revolución’
–perdonen la palabrita— con un estricto sentido humano, dentro del universo interno de cada individuo, y, en especial, dentro de quienes poseen poderes políticos y económicos— sería el mejor despegue para modificar la problemática y el desenfreno externos de nuestro tiempo. Entretanto, mejor es el capitalismo democrático, por abierto y perfectible.

(Pero si en la búsqueda de ese ‘otro mundo’ la izquierda radical suiza –que excluye a Lenin y enarbola a Marx—, insiste en rumbos ya bien conocidos por gran parte de la humanidad, le recuerdo que, según la teoría marxista pura, el capitalismo engendraría al socialismo por vía natural. Así que calma, mucha paciencia, que tienen para largo, porque los jóvenes de ahora siguen el camino recorrido por los más maduritos y por aquellos otros que envejecieron o murieron sin ver ese futuro promisorio).

El choteo cubano y el Dossier

Como los cubanos nos reímos hasta de nuestras desgracias –no sé si es una virtud o un defecto— quiero ponerle “sabor criollo”, al final de este artículo, con un par de chistes nacidos en la isla del supuesto “socialismo irrevocable”. Dos expresiones del izquierdismo suizo en COOP, me evocan el magnífico y sorprendente humor de mis coterráneos:

Mientras Alain Bringolf afirma que “el capitalismo como civilización está en fase terminal”, otros cubanos aseguramos que sí, es cierto, “el capitalismo está al borde del abismo... pero mirando como se desbarrancó el socialismo”.

Por su parte, Cédric Dupraz, 28, relata: “Yo vi un día un graffiti sobre una estatua de Marx, que decía: “Excúsenos, será mejor la próxima vez. Yo creo”. Conmovedor. Pero en la isla caribeña, saturados por tantos sufrimientos a causa del socialismo, “no comprendemos cómo Marx, considerándose un científico, no experimentó, antes, con animales”. Aunque, como también sería un trato cruel con la fauna, mejor es que no exista otra oportunidad. Yo espero.

Por lo pronto, en el ‘asfixiante’ capitalismo, donde también moran algunos ‘anticapitalistas’, yo voy respirando a todo pulmón... igual que ellos.



*Iria González-Rodiles: Periodista Independiente de Cuba Press desde 1995. Sus artículos, escritos desde La Habana, se publicaron en las páginas WEB de la SIP, RSF, Nueva Prensa Cubana, Instituto de Economistas Independientes, Cubaencuentro, etc. También aparecen publicados en el New Herald, Diario de las Américas, Revisa Hispano Cubana y Nueva Prensa Cubana, entre otras. Desde Suiza, actualmente escribe para las páginas WEB de La Nueva Cuba y Noti Cuba Internacional, entre otras.