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A fin de cuentas y cuentos.
Por Iria González-Rodiles

Aliado y cómplice a ultranza de la libre expresión reprimida, cuando de Cuba se habla, es el cuento popular con sátira política. Algunos de esos “cuentos” nada tienen de ficción. Sobre todo, son auténticos si el anonimato resguarda a sus autores. Así, se burla la censura y se dicen verdades que, de otra forma, podrían costarle muy caras al ‘cuentero’.

Es la voz popular quien asume la autoría –“¡Fuente ovejuna, señor!”— con frases introductorias similares a ‘la gente inventa cada cuento; oye el último...’ o ‘el cubano es terrible, ¿conoces el cuento que trata de...?’, o bien, ‘aquí nadie respeta nada, escucha este cuento...’ y, de este modo, cada cual deja bien claro que no es idea suya, sino lo que ‘andan diciendo por ahí ’...

En ese tipo de cuentos anónimos se vislumbra cierto choteo criollo, de apariencia extinta en el pueblo de la Isla, dadas las rigideces oficiales en el habla y la conducta públicas, ajenas a nuestra idiosincrasia e impuestas durante casi medio siglo. Hasta cierto punto, los cuentos vivifican el ambiente y matan el aburrimiento nacional generalizado. En tal sentido, también, puede afirmarse que en Cuba “se vive del cuento”.

Por lo tanto, para comprender las distintas reacciones en la Isla y en Miami, ante las mal llamadas “medidas de Bush contra Cuba” (como si la democracia equivaliera al totalitarismo, donde un Big Brother es dueño absoluto del poder), nada hay mejor que olvidar tanta palabrería barata o desatinada, y remitirse a una de esas excelsas narraciones orales de la enciclopedia popular, deambulante y etérea, creatura de lo autóctono y auténtico que aún nos queda.

El dime-que-te-diré y el aspaviento armados con los últimos sucesos del añejo embrollo cubano, se explican mediante el simple cuento popular que continúa:

“¡Traidora!”, le gritaron los cederistas de su cuadra (miembros de los CDR, Comités de Defensa de la Revolución) durante aquellos fascistoides “mítines de repudio” –muy de moda en la década del ’80— tramados contra quienes abandonaban el país en busca de libertad o de una nueva vida. Pero como la política tiene sus vaivenes, más aún cuando de dinero se trata, la ofendida pudo visitar a sus familiares en la Isla, años después. Para sorpresa suya fue muy bien recibida y tratada por los mismos cederistas que le habían vociferado improperios en ocasión de su partida y de cuya paliza ella se libró por milagro de Dios. Entre el estupor y la duda, les recordó que ellos le habían gritado ‘traidora’ tiempo atrás, antes de irse de Cuba rumbo a Miami. El presidente del CDR respondió de inmediato, en nombre de todos los cederistas, con el porte y la verborrea comunes a los tiempos que corren en la Isla: “¡No, no, compañera, digo, señora! ¡No! ¡De ninguna manera! Lo que le gritábamos no era ‘traidora’, sino ¡TRAE DÓLAR! ¡TRAE DÓLAR!”.

Ahora, el “cuento” –la historia— se repite y amplifica: sólo hay que sustituir los personajes a una escala mayor, con cierta variante en el desenlace, donde se oculta el verdadero discurso gubernamental, de toda la vida, junto al más reciente: “Comunidad exiliada traidora, diáspora traidora, ¡trae dólar, trae dólar!, que a tu familia la tengo en mis manos, que sin los fulas estalla la gente, que sin los verdes nada, nadita, puedo hacer”.

No es para menos la rabieta, de ser cierto y exacto que unos 1.000 millones de dólares entran a la isla –procedentes de quienes fueron acuñados, por el mismísimo gobierno cubano, como lacra social, escoria, gusanos— y representan lo que bien podría llamarse ‘la primera industria de Cuba’ –al menos, la publicable y reconocida— aún por encima del turismo, que ya es mucho decir.

Paradójicamente, las víctimas del régimen cubano –residentes en el exterior o no—, obligadas por las circunstancias, restañan el desastre y la desgracia que el propio gobierno vitalicio originó y aún provoca en el país —incluyendo la dolorosa y casi irreparable división familiar—, como máximo responsable, en primera instancia, y, en un grado secundario, por la fallida política estadounidense hacia la Isla y por la de otros países, de opinión antípoda a la norteamericana, que se babean con una ‘maravillosa’ Cuba inexistente.

Son los cubanos “que se fueron” y los que continúan yéndose –no el gobierno de la Isla, como se reconoce, sin proponérselo, en la más reciente declaración oficial— quienes sostienen a sus familiares en Cuba y, hasta cierto punto, son también quienes apuntalan al anciano régimen castrense, en la doble acepción que nos sugiere esta última palabrita. Y son también ellos el antídoto del odio inoculado, por la política gubernamental, en los cubanos “que se quedaron” contra todos “los que se fueron”.

Tiempo atrás, Cuba dependía de la otrora Unión Soviética y del ‘bloque’ –o muro— socialista que se derrumbó (como se desploman o caen a pedazos las edificaciones habaneras): no logró el desarrollo durante aquellas tres décadas de economía parasitaria, con subvención extranjera. Paga, en primer lugar, su propia incompetencia, aunque intente convertir en los supremos y absolutos responsables a cuantos gobernantes han asumido y asuman la presidencia del país norteño.

Ahora, Cuba depende —sino del todo, en buena medida, señoras y señores— de los washingtones, de la moneda del ‘Enemigo’, del money de esas mismas familias cubanas que el estático gobierno separó, separa, desde casi medio siglo (no olviden que las relaciones con los familiares residentes en Estados Unidos eran una herejía en la sociedad cubana hasta que el gobierno cambió de política por su conveniencia económica: el dólar es el dólar).

Esta otra dependencia parece casi total, pero no lo digo yo. Cito: [las medidas “de Bush”] “van dirigidas a estrangular nuestro desarrollo y a reducir al mínimo los recursos de divisas imprescindibles para satisfacer las necesidades de alimentación, servicios médicos, educacionales y otros esenciales”. Si esto es cierto, damas y caballeros, se ha reconocido públicamente el fracaso del ‘modelo de gobierno’ cubano, del ‘socialismo irrevocable’, a que ha sido sometida la Isla durante décadas. Y, si es falso, salió mal el truco.

Aún más. La trama de otro cuento –oficial, no popular— falló de nuevo con la reducción de venta de artículos en las tiendas recaudadoras de dólares, conocidas como shoppings. He aquí el absurdo: si van a entrar menos dólares, el consumo será menor. No hay por qué racionar la mercancía dolarizada (¡también!). De lo contrario, se entorpece la recaudación de los ‘poquísimos’ dólares que, según el gobierno, tan imprescindible le resulta.

Tal parece que el racionamiento en las shoppings intenta crear molestias y daños reales en la población de la Isla con el propósito de predisponerla –más aún—, junto a la opinión pública mundial, contra Bush y los Estados Unidos. O bien, el gobierno cubano quiere respaldar, de esa forma, sus propias declaraciones oficiales, demostrando que no tendrá, en lo adelante, suficientes dólares para importar mercancías con destino al consumo popular (pero sí posee e invierte money en las comodidades del poder). Sin embargo, en este último tema existe un elemento extraño: Cuba ha comprado a Estados Unidos azúcar, arroz, trigo y otros productos, como nunca antes, durante el mandato de Bush... Otro asunto turbio. ¿Continuará? Si es así, se torna más oscuro aún.

Aunque pretenden poner fin al atolladero cubano, las recientes medidas del gobierno estadounidense no suprimen los viajes, las remesas y el envío de paquetes: sólo los reducen, tal como se reconoce en la cita anterior. Y si esa reducción provoca tanto descalabro en la Isla, ¡cuán tremendo retroceso se descubre al final de los años, de las cuentas y de los cuentos! (Aunque el brother del Big Brother dijo: “¿Atrás?, ¡ni para coger impulso!”). Pero, ¿quién dolarizó la economía doméstica sino el propio gobierno vitalicio?

Ironías de la vida. Los sucesos indican que todos los cubanos hemos caído en una gran trampa –incluso, el achacoso gobierno— de la que no podemos salir, aunque queramos. También, los Estados Unidos.

Sin embargo, a pesar del revuelo provocado en ambos lados del Estrecho de la Florida, no todos los cubanos reciben dólares del exterior; no, en su inmensa mayoría: otra realidad que acentúa las diferencias existentes en la sociedad cubana. Hay quienes jamás han tocado la “moneda fuerte”. Para “empatarse” con los llamados “fulas” o con su versión nacionalizada –los “chavitos”— la mayor parte de la población tiene que recurrir “al invento”, “lucharlos”, como dice el lenguaje popular, o comprarlos en las casas de cambio (CADECAS) a unos 28 pesos cada uno... y no se olvide que el promedio de salario nacional es de poco más 200 pesos, según declaran fuentes oficiales.

Quizás –para adivino, Dios—, llegará el día en que los desposeídos del dólar, junto a los cubanos que van “escapando”, sobreviviendo en el desastre interno, con la ayuda de los dólares enviados desde “afuera”, venzan el miedo y griten a los cuatro vientos –o frente a la cámara de la CNN— lo que realmente piensan: no se trata del imperialismo, ni del embargo, ni de las “últimas medidas de Bush”, sino del caduco gobierno de la Isla –con su infuncionalidad, con sus perennes fracasos, imposiciones, acosos, trifulcas, odios y fanfarrias—, que no nos deja vivir en paz, ni crear nuestro propio destino, ni pensar, actuar y expresarnos con cabeza propia, como Dios manda. Entonces, podremos decir que nosotros mismos estamos “resolviendo” nuestros problemas internos, con la diversidad, la independencia y la soberanía, justamente por donde deben comenzar: la persona, el individuo.

Y volvamos a los cuentos: el anuncio de la guerra ya no causa ni risa, ni espanto, sino tedio, porque ‘llueve sobre mojado’ sin haber existido nunca, y, probablemente, no existirá; mucho menos ahora, cuando sería como provocar la hecatombe para ‘matar un muerto en vida’, y ridículo, por llegar con un retraso de casi 50 años.

Aunque, una vez más, la contienda se comenta a toda voz, de un lado y otro del Estrecho de la Florida, cual símbolo agorero, ¡ni hablar! Nada mejor que el famoso “¡Good bye, baby!”, hecho público por la diplomacia estadounidense que sonó y resonó frente a los representantes del gobierno cubano y del mundo, en cierta y reciente ocasión.

No obstante, vale tener en cuenta que el discurso oficial de la Isla olvida los sucesos de Granada, la derrota de la guerrillita boliviana y el rumbo escogido por Angola después de tantos cubanos muertos, entre otras amargas experiencias y aventuras belicistas de la política gubernamental cubana. Puede ser que ‘el tiro le salga por la culata’ de nuevo.

También el gobierno cubano reactiva la amenaza de otra estampida migratoria incontrolable de la Isla hacia el país norteño. Así, sin proponérselo, indica que gran parte de la población huirá, en el primer chance que tenga, del supuesto paraíso que les brinda el régimen imperante en la Isla. Cuidado, que hay otro cuento popular ‘andando por ahí ‘ sobre quién será el último que apague la farola del Morro.

Mientras tanto, se convierte en un vicio reiterativo, cansón, la vieja costumbre de aglomeraciones humanas para manifestarse a favor de la última ocurrencia gubernamental; ahora, frente a la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana (SINA), y que denominan “Tribunas Abiertas”, aunque en nada se parecen al nombre que les han dado porque se escuchan las mismas frases hechas, consignas y habladurías de toda una vida cuarentona simuladora.

Debido a los malos presagios hasta aquí descritos y a inolvidables experiencias anteriores, resulta conveniente recomendar a Mr. Cason, que cierre bien las puertas de la SINA y refuerce la custodia con todos los marines a su alcance, no sea que el día menos pensado esa misma muchedumbre protestona, con banderitas, pancartas y gritos de ¡abajo Bush!, penetre en la sede... e intente la fuga masiva de la isla-prisión, sin balsas, tiburones, guardacostas, tratados migratorios, tempestades y todos los peligros del Estrecho de la Florida, bien llamado ‘el cementerio azul ’: ¡mire usted que entonces SÍ se hundiría la Isla en el mar a causa del exceso de peso concentrado en ese pedacito de territorio estadounidense en La Habana y el gobierno cubano le echaría la culpa al imperialismo yanqui, por enésima vez, como ahora, ante las llamadas “medidas de Bush”, ¿contra Cuba?!