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Artículos
Ladrón que roba a ladrón.
Por Huber Matos Araluce
Fidel Castro anunció una guerra contra la corrupción. Durante seis horas
arengó a los cubanos para que salven a la revolución de los vicios y
debilidades que la pueden destruir. Por la información reportada desde
la Habana, Castro parece un Don Quijote luchando contra las lacras
humanas. Consecuentemente, su cruzada moral puede haber arrancado
reacciones positivas entre personas que desconocen la realidad cubana.
Pero las cosas no son tan sencillas ni tan transparentes. En primer
lugar la corrupción, y Castro no lo ignora, lejos de ser un fenómeno
nuevo en la isla es una práctica bien enraizada en el sistema.
Desde hace mucho tiempo en Cuba el robo es un problema endémico. Como
los sueldos son miserables, para sobrevivir hay que robarle al Estado,
para fabricar algo hay que robarle al Estado. Se han mencionado robos
masivos de gasolina cuando esta, desde de su refinamiento hasta su
distribución, incluyendo las estaciones de servicio, son propiedad del
Estado. Se puede comprar camiones cisterna completos o contenedores de
mercadería que todavía están en el puerto de la Habana. Hay robos de
medicinas, de bicicletas, de carne; en fin, no hay producto que escape a
la necesidad de una población que no puede adquirir ni el papel
higiénico que sobra en hoteles ubicados en playas exclusivas para los
turistas.
En la sustracción, desde la pequeña hasta la grande, lo común es que
participe un empleado o un oficial del gobierno, porque lo ladrones no
roban a punta de pistola. Si hay un país donde se aplica aquello de
“ladrón que le roba a ladrón tiene cien días de perdón” es en Cuba.
Hasta el marginal sector privado de la economía cubana es también
victima permanente del robo. Roba el gobierno porque obliga a los
campesinos a venderle una parte importante de su cosecha al precio, sin
apelación, que fijan los funcionarios. A quienes tienen un pequeño
restaurante, al que se prohíbe que tenga más de 12 sillas, y a quienes
trabajan por cuenta propia, se les imponen patentes e impuestos que
harían palidecer a cualquier ciudadano del mundo. Además viven
permanentemente acosados por el dinero adicional que tienen que pagar a
una mafia oficial compuesta de inspectores y policías. El tema es
extenso e inagotable, el hecho irrefutable: en Cuba la corrupción es
parte de la revolución y la corrupción la practican en primer lugar los
miembros del aparato estatal, que cada vez se distancian más de sus
compromisos con el régimen.
La guerra anunciada por Castro contra la corrupción es en realidad una
excusa para la represión. Los más corruptos, los altos personajes del
aparato estatal protegidos por Castro no tienen que preocuparse. Esta
campaña trata de justificar una especie de ‘mini revolución cultural”
con la que el dictador está agrediendo a la creciente oposición en la
isla, aterroriza al pueblo descontento y disciplina a su ya no tan
fervorosos partidarios. Es también una oportunidad para incitar el odio
y el resentimiento entre los cubanos. Es una parodia ridícula de Mao
Zedong en su ocaso. Castro no es nada original, simplemente imita lo que
otros inventaron.
San Jose, Costa Rica
Noviembre 29, 2005
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