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Los motivos del Lobo.
Por Huber Matos Araluce

En medio de expectativas e interrogantes ha concluido la Asamblea para promover la sociedad civil en Cuba. Un acontecimiento cuya verdadera importancia dependerá del veredicto de la historia. Ahora, entre el entusiasmo de unos y el escepticismo de otros, es necesaria una hipótesis que, aunque temporal, nos ayude a contestar algunas preguntas: ¿Por qué el dictador permitió esa Asamblea? ¿Por qué Payá la denunció como un fraude? ¿Por qué Castro fue tan tolerante con los norteamericanos? ¿Por qué se deportaron a los europeos que querían asistir? ¿Por qué no se exigió que se juzgaran en los tribunales a los responsables de dos actos de terrorismo y en su lugar nada más que se pidió a la dictadura que se excusara ante los familiares de las víctimas?

El deterioro de Castro es evidente y a su edad, nada puede descartarse. Dentro de sus seguidores hay preocupación por el futuro. Hasta su propio hermano Raúl hace algún tiempo planteó que si Washington quería un acuerdo tenía que hacerlo con Fidel en vida. La situación económica del país es difícil, pero el apoyo petrolero de Chávez, el creciente turismo y las remesas de los exiliados han evitado un colapso. Un determinado grado de apertura económica pudiera estabilizar la situación y hasta mejorarla. Esta medida, temporal o permanente, siempre ha sido una opción del régimen. La administración de George W. Bush, por lo menos en palabras, está comprometida con el exilio cubano a un esfuerzo definitivo en la democratización de Cuba. Sin embargo, un poco más de cuarenta meses se pasan muy rápido en la Casa Blanca y en Washington hay otras prioridades. La Unión Europea, cuyo turismo e inversiones siguen siendo vitales para la supervivencia del castrismo, está preocupada por un posible cambio en Cuba. En la isla el temor de la población va desapareciendo, y hoy se dicen y se hacen cosas que años atrás eran impensables. Dentro y fuera de Cuba hay un sentimiento generalizado de que, con la muerte de Fidel, el cambio es inevitable. El problema estriba en que cada uno imagina el cambio que desea o le conviene.

Ante las circunstancias y factores que presionan hacia un cambio hay por lo menos dos corrientes en las filas del régimen castrista: Una, quienes quieren iniciar una transición para poder controlarla, es decir, los transicionistas. La otra, quienes tratan de frenar los cambios. Las experiencias de China y la desaparecida URSS tal vez no sean tan ajenas a lo que puede suceder en Cuba. En ambos casos, fueron los dirigentes del Partido quienes iniciaron y controlaron sus respectivas transiciones. Lo hizo el Partido Comunista Chino después de la muerte de Mao, y en la URSS lo inició Gorbachov con el Glasnost. La transición de la URSS fue más accidentada que la de China. Sin embargo, a pesar de que el imperio soviético se desintegró, muchos de los viejos comunistas se reciclaron. Uno de ellos, Vladimir Putin, un hombre de la temida KGB, es hoy quien gobierna no muy democráticamente a Rusia. Los chinos tuvieron más éxito que los comunistas soviéticos, ya que el Partido Comunista Chino tiene el monopolio total del poder. Aunque China es hoy el mayor violador de los derechos humanos del planeta, cuenta con la admiración y con cuantiosas inversiones del mundo empresarial del Occidente democrático. Los Estados Unidos tiene magníficas relaciones con ambos regímenes.

Los enemigos del cambio en Cuba, encabezados por Castro, parecen haber decidido que una forma de seguir ganando tiempo y aliviar un poco la presión externa era la de permitir la Asamblea. No obstante, para que la población tuviera claro de que nadie se podía salir del carril, con anterioridad a la reunión hicieron arrestos judicialmente abusivos de centenares de jóvenes. Tampoco permitieron que la prensa controlada por el régimen se hiciera eco de las actividades de la reunión. La celebración de la Asamblea le daba un poco de respiro a la posición de Zapatero que ha quedado un tanto en ridículo por la insistencia del Parlamento Europeo de no modificar la política de exigencia hacia Cuba. También, y algo muy importante, se echaba una cortina de humo sobre el hecho de que la mayoría de los setenta y cinco disidentes famosos todavía están en la cárcel. En resumen, no impedir el encuentro oposicionista fue para ellos un movimiento táctico dentro de una estrategia en que aparentaban ceder para dar municiones a quienes los defienden en el mundo. También de alguna forma alivian la presión de quienes dentro del régimen quieren cierto grado de flexibilidad. En este contexto, la expulsión de unos cuantos parlamentarios y periodistas europeos le daba credibilidad exterior a la reunión.

Desde otro ángulo, los transicionistas del régimen creen que hay que tomar las riendas del cambio porque esta es la única manera en que podrán mantener sus privilegios como han hecho los camaradas chinos y con menor éxito los ex soviéticos. Para ellos la celebración de la Asamblea era conveniente. Podían infiltrarla con delegados que a su vez crearían una gran pirámide de disidentes controlados en toda la isla. Lo que en parte parece haber motivado la acusación de Osvaldo Payá de que la Asamblea era un fraude.

De celebrarse la reunión, y siempre y cuando sus exigencias -no sus declaraciones- fueran moderadas, los transicionistas tenían la posibilidad de que los cambios a que aspirara la Asamblea pudieran en un momento determinado canalizarse oficialmente. Es curioso que un importante documento enviado a los organizadores de la reunión, el Compromiso Nacional Cubano (CNC), donde se plantean las condiciones y pasos concretos para un gobierno de transición, no se tomara en cuenta. Por el contrario, en las resoluciones finales de la Asamblea no hay exigencia de que deba desarticularse la Seguridad del Estado en un gobierno de transición, ni que el mismo tiene que estar conformado por miembros de la oposición y militares, ni que se deben celebrar elecciones en período no mayor de dos años.

Solo con la existencia de los transicionistas y algún nivel de reconocimiento de esta tendencia de parte de los dirigentes de la Asamblea, puede entenderse que entre las resoluciones finales, en lugar de una exigencia de que el gobierno cubano lleve a los tribunales a los autores intelectuales y materiales de los brutales crímenes del Remolcador 13 de Marzo y del cobarde ataque a las avionetas de Hermanos al Rescate, simplemente se pidió una disculpa.

Como las actividades posteriores a la Asamblea van a depender en gran parte de la libertad que les permita el gobierno, los transicionistas tendrán la oportunidad de impulsar o de frenar el proceso de acuerdo con las circunstancias. En este sentido vale la pena también tener muy en cuenta los comentarios del poeta y periodista cubano Raúl Rivero, quien de acuerdo a El Nuevo Herald del 9 de Abril del 2005 al llegar a España declaró que: en tres o cinco años el régimen de Fidel Castro comenzará su apertura y los cubanos recuperarán poco a poco sus libertades y que el régimen castrista comenzará a resquebrajarse por alguna zona, y explicó que ya hay personas dentro del gobierno que optan por la apertura pero que no pueden debatir, porque están bajo control del mismo presidente Castro. El periodista piensa que en un plazo de tres a cinco años comenzará a verse la apertura del régimen, pero que el último sector que disfrutará de la libertad será la prensa, pues este colectivo y el de la policía son dos pilares básicos en este momento para el gobierno castrista.

Dentro de esta hipótesis, los organizadores de la Asamblea se han aprovechado inteligentemente de la necesidad táctica de Castro de permitir la realización de la reunión y de las aspiraciones de los transicionistas, para patentizar una denuncia internacional del régimen e impulsar el cambio en Cuba. Merecen un aplauso. Esa maniobra compleja entre opositores auténticos y agentes encubiertos los arriesgó a la denuncia de Osvaldo Payá de que la asamblea era un fraude.

Aunque no dudamos de que el pueblo cubano diga la última palabra, aspiramos a que lo haga ahora o en un futuro próximo, no dentro de dos décadas, o más. Por consiguiente, descartar totalmente en Cuba el peligro de una transición ”a la China” sería una irresponsabilidad. Una vez más es importante que el exilio y la oposición interna (los miembros de la Asamblea, los del Proyecto Varela y otros grupos disidentes), cierren filas, no se desgasten en recriminaciones e impidan en Cuba una futura seudodemocracia o una seudodictadura.

A todo esto, y dentro de las limitaciones de un artículo, cabe señalar un misterio: Fidel Castro ha insultado con palabras muy fuertes o con groserías a cuanto funcionario o presidente ha osado declarar que el pueblo cubano debe vivir un día en democracia. Los últimos casos han sido los del nuevo Secretario de la OEA José Miguel Insulza y el ex-presidente del gobierno español José María Aznar. Sin embargo, el presidente Bush hizo llegar un mensaje video digital de apoyo a los miembros de la Asamblea que fue llevado personalmente por James Cason, ese norteamericano valiente que representa a los Estados Unidos en Cuba. La reacción de Castro fue nula. ¿Tuvo miedo Fidel o está de acuerdo con qué, o hay algo más? Pero eso lo dejamos para otra oportunidad.

San José, Costa Rica.
Mayo 28, 2005