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Artículos
La importancia de las ideas.
Por Orlando Fondevila.
No es un descubrimiento afirmar que las ideas importan, que las ideas
tienen consecuencias. Tiene razón mi polémico y combativo amigo Adolfo
Rivero Caro cuando advierte que a Castro tenemos que derrotarlo
principalmente en el terreno de las ideas. Como también señalara Hegel
“por donde pasan las ideas cincuenta años después pasan los cañones”.
Es muy peligroso referirse al castrismo como un simple fenómeno de
caudillismo latinoamericano –que también lo es-, o como manifestación
mórbida de un líder carismático con evidentes desajustes en su
personalidad. El castrismo es mucho más que eso, y a ese mucho más
tenemos que combatir y derrotar.
A veces, en el noble empeño de conseguir aliados, de encontrar
solidaridad para la causa de nuestra libertad, tan ausentes durante este
casi medio siglo de dictadura, nos equivocamos y asumimos posiciones
vergonzantes. A veces, y esto es más grave, lo que ocurre es que hay
sinceros opositores al castrismo que sin embargo no se han liberado in
extenso de sus ideas. Esas ideas son las enemigas de la libertad, de
nuestra libertad. Esas ideas constituyen el fundamento del castrismo y
del abierto o solapado desafío a la sociedad abierta. Esas ideas no
podrán ser nunca nuestros aliados porque, en su más íntimo sentido
respiran el mismo aire que el castrismo, al margen de coyunturales u
oportunistas melindres. Coquetear con ellas es como coquetear con el
diablo. El camino de la libertad es el mismo camino de la derrota de
esas ideas.
Es cierto que el castrismo es un delirio destructor y una obsesión
hinchada y bronca de poder, brochado de presunta aura justiciera y
romántica. Pero no se trata de hilos sueltos en el aire, sino de todo un
tejido complejo de ideas, de falsificaciones, de prejuicios, de antiguos
y reavivados resentimientos que alcanzaron su más acabada y organizada
representación en el marxismo y sus múltiples derivados, esos que hoy,
todavía confusamente, intentan articularse y reinventarse en las
acciones más o menos violentas anti-sistema, anti-capitalistas, anti-globalización
y neo marxistas que pululan por medio mundo.
El castrismo fue la avanzadilla del marxismo- leninismo y de su
monstruosa creación práctica: el mundo de los países comunistas. El
castrismo ha sido marxismo- leninismo puro y duro con ciertos ribetes de
guerrillerismo y feroz enojo tercermundista. Y precisamente por esta
razón el castrismo ha sido y es una variante, si se quiere más perversa,
del marxismo- leninismo. Es verdad que Castro metió a Cuba en ese mundo
y con ello en el mismo vórtice de los enfrentamientos de la guerra fría,
por cierto en el lado del mal, pero nos confundiríamos si le
percibiéramos como un mero satélite del imperio soviético, un satisfecho
y obediente apéndice de ese mundo. No. El castrismo siempre se ha
percibido a sí mismo como la variante más radical, más aguerrida y
revolucionaria de ese mundo, al que valoraba con mayor o menor
disimulado desdén. El castrismo siempre se ha percibido a sí mismo como
la encarnación de la verdad iluminada que traerá, mediante un colosal
terremoto social, el cambio del mundo. Otra cosa es que use en cada
momento ideas o tácticas que considere convenientes, aunque éstas velen
la verdadera estrategia, los fines últimos.
Así hoy, desaparecido el mundo comunista, aunque pueda parecer
paradójico, el castrismo se siente más cómodo, más realizado que nunca
antes. Antes, el centro indiscutido de la subversión internacional, del
odio a la libertad y al capitalismo, del desprecio a la sociedad abierta,
era sin discusión la Unión Soviética, y con un protagonismo menor China.
El castrismo no tenía otra opción que bailar al son de la música que
tocaban otros, con algún que otro desafinamiento.
Hoy, el castrismo se siente más libre, más reconciliado con sus más
caras estrategias. Hoy el mundo de la izquierda radical, que deambula
dispersa y desorientada, que en su no aceptada orfandad se revuelve
agresiva en los Foros Sociales, en los variopintos movimientos contra la
globalización y contra el llamado neoliberalismo, que muestra su odio
sin fronteras contra Estados Unidos, que no duda en apoyar aunque sea de
manera encubierta el terrorismo –sea islámico, de la ETA o de las FARC-,
hoy ese mundo es el caldo propicio para el mesianismo castrista. El
castrismo busca afanosamente erigirse en símbolo de esas fuerzas, y en
su centro. Ver ese peligro es vital para los cubanos. Y para Occidente.
Sería insensato infravalorar al castrismo, que es mucho más que la
esclavitud de once millones de cubanos. Como decía Paul Jonson, el
inducir a la tranquilidad, a la pasividad frente a los agresores, es
concederles ventaja.
Las ideas, pues, sí importan. La izquierda radical anda en busca de
ellas. Tratan de actualizar a Marx y a Lenin. Dicen que sus ideas no
fracasaron, sino la aplicación burocrática y falsa de esas ideas. Buscan
su articulación a la luz, afirman, de las nuevas condiciones. No se fían
de eso que ha dado en llamarse “izquierda moderna”. Para estos
terroristas de las ideas (no olvidar que las ideas tienen consecuencias)
la socialdemocracia ha traicionado a la izquierda. Creen que la
socialdemocracia europea se ha aburguesado, y gustan más de la izquierda
latinoamericana y de cierto movimiento amorfo y enloquecido en Asia. En
Latinoamérica ponen grandes esperanzas. Les gusta más Evo Morales y
Chávez, y hasta Kitchner, que Lula. El inefable James Petras ha
descalificado a Lula y afirma que la política electoral corrompe a los
movimientos de izquierda. Elogia a los cocaleros bolivianos, al
movimiento de los Sin Tierra de Brasil, al peligroso Chávez.
Petras no es el único, hay una legión de intelectuales organizando la
logística de las ideas para todo este movimiento. Y detrás el castrismo.
La Habana es hoy por hoy la sede principal del terrorismo intelectual en
el mundo. Por ahora. Porque las ideas tienen consecuencias.
Combatir esas ideas es combatir por la libertad de Cuba. Derrotar esas
ideas, al menos entre los cubanos, es el único camino que nos conducirá
a la libertad. Cualquier otro camino escorado hacia la izquierda nos
conducirá a reproducir, si acaso, el modelo chino, o el modelo ruso. Y
puede que hasta a algo peor.
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