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Estrategias ante una agonía.

Por Orlando Fondevila

Va siendo ya muy larga la agonía del castrismo. Cualquier agonía es dramática, y de alargarse en el tiempo mucho más. Pero esta agonía política, económica, social, ideológica y moral de la sociedad cubana, unida a la senilidad evidente del tirano, exhibe ya impúdicamente claros ribetes de lo esperpéntico. Pero cuidado, no se trata de un esperpento idiota. No. Se trata de maldad pura y dura con ribetes esperpénticos.

El último discurso del tirano, farragoso como siempre y estropajoso desde hace algún tiempo, nos ofrece sin embargo algunas pistas acerca de la situación real de la sociedad cubana y de la huida hacia delante que están pergeñando el tirano y su equipo de cómplices.

La desesperanza y la irritación hacen presa de la sociedad cubana. Al fracaso absoluto del régimen, un fracaso sin otra solución que no sea el drástico cambio, se han venido a unir los golpes de la naturaleza. Al margen de la propaganda que se vende al extranjero sobre la devoción del Gobierno para proteger y asistir a los ciudadanos víctimas de los ciclones, el pueblo sufre inerme las consecuencias. Sabe que nada puede esperar de un régimen que nada ha podido ofrecerle a lo largo de 47 años en términos de libertad y prosperidad. Por eso el régimen teme que el escepticismo pueda trocarse en acción. Por eso ha acudido en estos días al espectáculo de las tanquetas del Ejército tomando las calles, con el pretexto de laborar en la reconstrucción de los daños del ciclón, cuando en verdad es sólo una demostración de fuerza. El ejército y la policía en las calles responde al mismo objetivo del hostigamiento feroz a los opositores y la organización de los llamados mítines de repudio.

Pero volvamos al último discurso del tirano. En la espesa perorata intenta trasmitir seguridad y confianza, sobre todo a partir de la agresividad acostumbrada y de infundir miedo a los descreídos. Molesto por el Premio Sajarov a las Damas de Blanco, se revolvió contra Europa. Esa Europa que le da una de cal y otra de arena. Pero Castro quiere apoyo irrestricto y presiona. Sabe que generalmente pincha en blando. “Pero qué fuerte es Cuba ya – proclamó con torpe arrogancia- que puede mirar de frente a los cómplices del imperio en Europa”. ¿Quiere venderle a los cubanos que el régimen es fuerte por la connivencia con el desquiciado que destroza a Venezuela? Pero si la colosal subvención de la entonces poderosa URSS y sus satélites no hicieron posible que los cubanos tuvieran jabón, pasta de dientes e “íntimas” (almohadillas sanitarias para las damas), cómo alguien va creer ahora en el crecientemente empobrecido aliado, a pesar de su petróleo. Al respecto, en el colmo del esperpento y del bochorno, en un discurso supuestamente dirigido a graduados de instructores de arte, el tirano lanzó su última gran promesa. Lean: “hace algunos meses se dieron instrucciones a la industria ligera de producir lo suficiente para incrementar las cantidades de jabón y ponerle un poco de perfume; las cantidades de pasta de dientes; las cantidades de íntimas, de manera que alcanzaran, y ese plan ya está poniéndose en marcha. Hay incluso nuevas instrucciones de incrementar sensiblemente esas cifras”. Es para morirse de vergüenza ajena. Estas declaraciones debían ser publicadas, sin comentarios, en toda la prensa mundial. Estos son algunos de los logros de la revolución.

Al margen de estas estomagantes y cínicas “perlas” del tirano, hubo más, mucho más en la deriva, no ya hilarante, sino perversa de su verborrea. Algo elucubra su mente enferma. Como todos sabemos, en estos últimos años el régimen se ha sostenido económicamente, en gran medida, por las remesas enviadas por los cubanos desde el exterior a sus familiares –muchas trampas incluidas-. Como el Gobierno Bush estableció restricciones al respecto, el régimen respondió retirando el dólar de la circulación y gravando la recepción de tales remesas. Una vez más la “robolución” robaba al pueblo. Pero ahora, a tenor de las amenazas del tirano, alguna nueva agresión está en ciernes. Así, crípticamente, Castro advirtió que: “Todavía, sin embargo, el dólar insolente del imperio, que ya ha recibido algunas lecciones, nos saquea de una manera brutal”. Seguidamente se explayó en laberínticas explicaciones para llegar a la conclusión, inaceptable para él, de que quienes reciben remesas viven mejor que los que no las reciben. Con lo cual una vez más descubrió el Mediterráneo. De manera que, en su locura, algo está tramando para terminar con esa situación. Para el tirano, ésta es la revolución de los pobres y todos tienen que ser pobres. Salvo él mismo y sus generales- empresarios. Nadie puede salirse del redil del Estado totalitario. Nadie puede manejar recursos que el Estado no controle, ya sea haciendo negocios, ya sea recibiendo remesas. De ahí la amenaza que espetó: “No es suficiente lo que hemos hecho, pero sabemos bien lo que hay que hacer, basados en el principio del mínimo de oportunidades para los parásitos; el mínimo de oportunidades para los que reciben la moneda aquella que nos saquea, trátese de la moneda que se trate, porque nuestro país ha acumulado suficiente experiencia para hacer bien las cosas y que no vuelvan a ocurrir jamás situaciones como esas”. Queda claro.

De igual manera, a los infelices instructores de arte, como también a los espías agrupados en el eufemismo de “trabajadores sociales”, y en fin, a todo el mundo, anunció con severidad que está prohibida la movilidad social. Cada quien permanecerá de por vida, por mandato del Amo, en el lugar que se le ha asignado. Sólo habrá movilidad, en sentido de ascenso, para militares y policías, que podrán pasar, según convenga, a empresarios.

En otras palabras, Castro y su equipo de cómplices han decretado reforzar la naturaleza totalitaria de la sociedad cubana. Una vuelta de tuerca hacia el estalinismo puro y duro. Es la estrategia que han trazado para conservar el poder ad infinitum. Y, por supuesto, a los opositores, liquidarlos.

Es decir, que Castro es un tirano, un monstruo y todo lo que queramos, y mucho más, pero es absolutamente coherente. Sabe perfectamente lo que quiere y, además, lo deja claro, tanto en sus mensajes como en sus acciones. Lamentablemente en el lado opuesto, en el lado de quienes queremos la libertad, o de quienes se supone que la queremos, no existe igual coherencia. Son muchos los que no perciben que estamos en guerra, aunque en estos momentos no haya enfrentamiento armado. En realidad las armas, las de verdad, las tiene uno solo de los contendientes. Y el que tiene las armas tiene también todo el poder, toda la maquinaria de un Estado y todos los recursos para pagar propaganda y comprar aliados en todo el mundo. Y del otro lado, de nuestro lado, hay quienes todavía insisten en facilitar las cosas al enemigo. Hay quienes apuestan por el suave derrumbe del régimen, contando con que la persuasión de las buenas maneras influirá en el ánimo de los hasta ahora fantasmagóricos reformistas, que tantos dan por supuestos pero que nadie conoce. Curiosos enemigos que trabajan para que el contrario reciba más recursos. ¿Qué Castro quiere que le quiten el embargo y empeña para ello lo que tiene y lo que no tiene? Pues la estrategia que algunos defienden es que se le complazca. ¿Qué Castro quiere que deporten a Posada Carriles, para intentar con él enjuiciar a todo el exilio? Pues que se le deporte o se le juzgue. ¿Qué Castro califica al exilio firme de Miami como ultraderecha? Pues sí, son ultraderecha, coinciden algunos. ¿Qué Bush es la bestia negra, el halcón a batir? Pues sí, señor, conceden. ¿Qué a Castro le parece bastante bien la nueva política de Zapatero? Pues a aplaudir a Zapatero. En fin, que con estos enemigos, Castro no necesita de amigos.

Pues no. Estamos en guerra. La guerra entre el totalitarismo y la libertad. Una guerra planteada por Castro en términos despiadados, en la que procura la eliminación del contrario por cualquier vía. Nuestra estrategia, entonces, no puede ser otra que la lucha por cualquier medio para deshacernos de ese sistema de horror. Presionarle por todos los medios. Negarle la sal y el agua. Que quede claro a sus cómplices que se preparan para sucederle que no habrá tregua ni transacción que no sea la del cambio del régimen. Cualquier ilusión en contrario que les hagamos tener sólo servirá para prolongar la agonía de nuestro pueblo. ¿Lo entenderemos de una vez?