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Los cubanos de Miami.
Por Orlando Fondevila

Cuando se es cubano y se vive sin patria pero sin amo; cuando se sigue amando a su gente y su cultura; cuando se ha tenido uno que acostumbrar a otros olores y colores lejos del barrio o del pueblecito en el que jugó de niño y en el que durante años disfrutó de iluminados amaneceres y gozó del cafecito en casa del vecino y de la discusión apasionada de cuanto enorme tema trivial se aparecía en cada esquina; cuando se le acrecienta a uno día a día en el pecho la hermosura de la patria distante y la Isla se torna en sueño permanente; cuando uno continúa emocionándose con la bandera y el Himno que le han robado y se continúa enamorando con los mismos boleros y bailando los mismos sones; cuando se tiene en lugar preferente del salón una foto de Martí y una imagen de la Caridad del Cobre; cuando todas estas cosas ocurren y se halla uno distante de Cuba, darse una vueltecita por Miami o Hialeah es como recobrarse uno a sí mismo.

Yo no dudo de que dentro de Cuba haya muchos cubanos que la quieran, pero si de algo estoy seguro es de que no más que en Miami o Hialeah. Pasear por sus calles y avenidas, por sus mercados y restaurantes, por sus factorías y negocios de todo tipo es relacionarse con lo mejor de Cuba. Es un espectáculo de fabulosa humanidad ver a estos hombres y mujeres a quienes el despojo de la patria, la rudeza vivida en el exilio, el combate sin tregua por hacerse de un lugar digno en tierra extraña, no les ha hecho perder su cubana manera de ser, su alegría sin igual, su chispeante ingenio y su carácter abierto y hospitalario. Cubanía que, además, trasmiten sin esfuerzo, con la suavidad y vigor de los ríos breves de la Isla.

Miami, rincón que a modo de remedo de la patria perdida han edificado los cubanos y en el cual la impronta de la Cuba mágica es sustantiva del paisaje y muestra definitiva de la fuerza de la cultura cubana. Cultura en su amplio significado. Fuerza, frescura y vitalidad de una cultura singular, venida de muchos felices mestizajes e influencias. Y que sobrevive pese al terremoto social que ha padecido –que sigue padeciendo- como consecuencia, entre otras cosas, de su propia condición de pueblo adolescente que no había conseguido aún en la República establecer una sociedad civil con instituciones maduras.

Los cubanos de Miami, víctimas del odio del mayor odiador que ha tenido nuestro pueblo en toda su historia. Y víctima, por añadidura, del odio inducido por la inmensa maquinaria liberticida que durante todo el siglo XX y hasta nuestros días se ha nucleado alrededor del horror comunista y la perversión socialista. Pocos exilios tan numerosos como el cubano, proporcionalmente hablando, ha conocido la historia. Y en el contexto americano, absolutamente ninguno. Y pocos tan exitosos. Y casi ninguno tan arraigados a su cultura y tan empeñados en recuperar la patria robada. Cuba, la Cuba eterna –dicho sin grandilocuencia- vive hoy en Miami. La Cuba que no se ha perdido definitivamente gracias a estos hombres y mujeres tan denostados por la infame propaganda del régimen y de la izquierda internacional, y tan olvidados por la desidia de la mayor parte de los demócratas del mundo. Ese exilio magnífico tan demonizado por lo políticamente correcto y por la real politik.

Pues sí, hay esperanza para Cuba porque existe Miami. Miami no es sólo la obra portentosa de los cubanos, la muestra de lo que podemos hacer en libertad, sino el reservorio moral de la patria. Más que vivo, crecientemente vivo. Conociendo a los cubanos de Miami se hace más evidente aún la infamia de quienes les ofenden, de quienes pretenden alimentar temores acerca de los peligros que pudiera representar el regreso de estos hombres y mujeres a Cuba. Miami es Cuba y no habrá Cuba libre, democrática y próspera sin Miami.

En estos días he estado por Miami. He saludado amigos y he conocido a muchos otros cubanos. Ahora, de regreso a mi exilio madrileño, me doy cuenta de que amo un poco más a Cuba y confío un poco más en que volverá a ser de los cubanos y como la queremos los cubanos, libre, con todos y para el bien de todos. Y ahora, también, de repente me doy cuenta de que amo a Miami.