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La Unidad en el Paraíso.
Por Orlando Fondevila.

Para muchos hay una palabra que, en la constelación radiante y consoladora de palabras mágicas, vendría a ser como la estrella principal: la unidad. Unidad como principio, como llave, como camino y como fin. Aplicado el concepto al tema cubano su ausencia viene a ser la madre de todas nuestras desdichas. Conseguir la unidad sería obtener con toda certeza el pasaporte a la solución de todos nuestro males, algo así como casi alcanzar esa majadera y huidiza felicidad colectiva, es decir, el paradisíaco sueño de todos los utópicos. Claro, olvidando que como dijera el poeta “los sueños, sueños son”. Y olvidando, además, que en la alquimia de la historia, lo frecuente es que los sueños, mientras más sueños son, han terminado en horrorosas pesadillas.

No es ocioso advertir que aquellas sociedades en las ha resplandecido la unidad como su principal atributo, han sido precisamente las oscuras sociedades primitivas. En ellas no encontraremos discrepancias, ni polémicas, ni críticas. Allí todo debía danzar uniformemente, sin fisuras. Unidad entorno al jefe o al chaman. Sólo cuando los hombres dejaron de ser una masa unida para ceder el paso a las individualidades, hemos podido progresar como especie. Sólo hemos progresado en las épocas en que, afirmando al individuo y desechando la falsa magia unitaria de los falsos paraísos, hemos aceptado nuestro ser defectuoso y contradictorio, hemos confrontado y peleado con ideas distintas. Aunque a veces, tal vez demasiadas, la pelea de las ideas nos haya llevado a otras peleas.

Definitivamente, sólo en los paraísos, olimpos y nirvanas prometidos por las religiones hay unidad perfecta. O también, puede ser y ha sido, en los contrahechos paraísos que tantas veces nos han sido impuestos y hasta nos han encandilado.

Yendo al grano. ¿A qué tanta cantinela con la desunión de los cubanos? Que si en el exilio hay decenas de grupos, que si en la oposición interna hay centenares de grupos, que si hay infinidad de propuestas de solución, que si hay muchos líderes, que si nos criticamos y oponemos los unos a los otros. Pues a mi me parece bendita esa variedad. A quien le guste la unidad perfecta que la busque en el paraíso, o en los documentos del PCC. Ya sé que quienes claman por la unidad lo hacen con la mejor de las intenciones, lo hacen desde la angustia de ver como la salida de nuestro drama nacional y personal se pospone y se pospone. Pero justamente en la diversidad, en la discusión, en la polémica, en la crítica está el camino. ¿Cómo vamos a querer un único programa, un solo partido y un líder indiscutible? La libertad será siempre diversidad, y será siempre lo opuesto a la unanimidad.

Cuando en España se produjo la transición democrática, esa tan alabada y recurrida como ejemplo, a las primeras elecciones se presentaron más de 200 partidos políticos. La unidad forzada del franquismo, una vez desmoronada, abrió la espita de la caldera de opciones que es toda sociedad. Posteriormente las realidades políticas y sociológicas ejercieron la lógica decantación.

Lo que quiero decir es que en el sentido en que me estoy refiriendo a unidad, su antónimo no sería desunión. ¿Por qué va a ser condenable la crítica a la propuesta u opinión de alguien que también es opositor? Pues no. Yo puedo tener mil argumentos contrarios a lo que propone u opina otro anti- castrista con la misma legitimidad que él podrá hacer lo mismo con lo que yo proponga u opine. Y polemizaremos. Se supone que con respeto, aunque en el ardor dialéctico puedan decirse cosas fuertes, sin que la sangre llegue al río. Esto, tratándose de verdaderos demócratas y no de tapadillos o rosadillos (con perdón de los honrados, aunque a mi juicio equivocados rosadillos).

Los cubanos no pertenecemos a un mundo distinto a los demás. No somos ni más desunidos, ni más belicosos que los demás, por mucho que esa tesis la sostengan algunos académicos e intelectuales. Hay quien nos recuerda la labor heroica de Martí, él sí unificador de los cubanos. Pues no. Como ya hemos dicho en algún otro sitio, Martí no unió a todos los cubanos, sino sólo a los que estaban por la independencia, y aun entre esos hubo innumerables disputas y desavenencias. Y bruscas polémicas y descalificaciones. Eso sin hablar de los enfrentamientos con los autonomistas y anexionistas de la época. Pues ahora también hay de todo y hay mucho que discutir.

Aquellos que están dentro de la Isla y de alguna manera, como saben y pueden, se oponen a Castro, son héroes. No seré yo quien lo ponga en duda. Por años estuve entre ellos. Son héroes los que están en las cárceles y los que están en la cárcel mayor. Merecen nuestra admiración, nuestro apoyo y nuestro respeto. Pero en ningún caso la subordinación incondicional de nadie. Ellos, entre sí, también discrepan y critican. Lo mismo ocurre con los cubanos militantes que están en el exilio. Tener muchos méritos, políticos o intelectuales, no significa siempre tener razón. ¿Por qué entonces no discrepar y polemizar?

¿Cómo obrar con honradez y lealtad, sobre todo a Cuba, si entendiendo que una propuesta, una opinión o una conducta son equivocadas o peligrosas para mi patria o para la libertad, opto no obstante por el silencio o la complacencia? ¿Cómo puede entenderse entonces que disentir y defender lo que uno cree, con limpieza pero con vehemencia pueda ser útil al enemigo?

No. El enemigo nos quiere primitivos, aquiescentes y unánimes, es decir, de algún modo controlables. Al enemigo, al castrismo, al totalitarismo se le vence siendo hombres libres.