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Occidente ante su encrucijada. (Con una Nota para Cuba)
Por: Orlando Fondevila

Difícilmente se puedan exagerar los peligros que corren en nuestros días la civilización occidental y sus valores de libertad, democracia y posibilidades de prosperidad. No sólo son enormes las amenazas que les vienen de afuera, sino las que representan sus enemigos de adentro, así como sus propias fuerzas y debilidades autodestructoras. Incluso pudiera afirmarse, sin asomo de alarmismo, que las evidencias de la incapacidad de Occidente para defenderse de sus muchos enemigos es todavía mayor que el mismo vigor de que éstos pueden hacer gala. No se trata de zozobra infundada advertir que los peligros de hoy son tal vez mayores que los que en su día supusieron el nazismo y el comunismo.

Contra esas aberraciones del siglo XX de alguna manera Occidente supo defenderse, lo que unido a los intrínsecos absurdos de tales sociedades totalitarias propiciaron su derrota. Si es verdad que en los años 60 y 70 del pasado siglo parecía que el comunismo en su incontenible avance se apoderaría del mundo por mucho tiempo, y que también entonces tuvo a su favor eficaces quintacolumnistas, tanto en el campo intelectual como político, la victoria de Occidente fue posible –además de por las razones antes apuntadas- porque el enfrentamiento se produjo en el terreno de ciertas equivalencias lógicas entre los contendientes. A pesar de odios y demencias, de brutalidades y fanatismos, todo, sin embargo, podía enmarcarse dentro de las estructuras de la mentalidad o la memoria histórica de Occidente. Principalmente por eso terminaron triunfando las fuerzas de la libertad frente a las debilidades inherentes a las sociedades abiertas desbancando así al nazismo y al comunismo.

Ahora las circunstancias han variado radicalmente. Se ha producido, como dirían los dialécticos, un salto cualitativo. El terrorismo, variopinto en sus alegadas motivaciones, pero coincidente en sus métodos, en sus tácticas y en su identificado enemigo a batir: la libertad y los valores de Occidente, ha modificado las bases conocidas de todas las pugnas y sangrías que en la historia han sido. Y así, jugando con cartas distintas, con una lógica extraña y sañosa, da la impresión de que alcanza réditos en su propósito de enfermar el espíritu de un Occidente que no encuentra en sus mecanismos al uso como contrariarles. Una primera aproximación nos llevaría a considerar el espectáculo de un Occidente inerme ante sus enemigos. Que lo son a muerte.

Por un lado el virus mutado y reactivadamente agresivo del Islam ataca con toda su oscura ferocidad a su enemigo. Es el ataque sórdido de la noche cerrada y resabiosa a las claridades que le repugnan. Es un ataque desde las esquinas de las sombras a unas claridades por esencia amodorradas, lo cual dificulta su defensa.

Por otro lado una izquierda de difusa identidad, movida por antiguos rencores, negada a aceptar su fracaso histórico, en la búsqueda afiebrada de su reinvención y neovertebración, encharcada en sus venenos y afilando sus dardos contra el identificado enemigo de siempre, dispuesta a alianzas abiertas o encubiertas con quienes reconocen a un enemigo común. Esa izquierda que hoy revolotea, acecha y aguijonea cuanto puede desde las brumas babeantes del Foro Social Mundial y de los movimientos antiglobalización. Esa izquierda que apuñala a las sociedades de Occidente desde adentro con su esotérico “Otro mundo es posible”, propuesta que no definen pero que si tiene definición. Claro que hay otro mundo distinto al de los valores que defiende Occidente, por supuesto que hay una alternativa: el reino de la opresión. Ese reino que nos anuncian los integristas musulmanes, o el reino de los totalitarismos que ya conocimos.

La izquierda anti- capitalista y globofólica no es ajena al terrorismo. No sólo algunas organizaciones lo practican directamente como la ETA o las FARC. No sólo insisten en justificar y “comprender” las supuestas causas del terrorismo. También lo propician con sus intentos de desestabilización de las sociedades libres. Adviértase si no la perversión de teorías como las del indigenismo más rancio que proclama la vuelta al “paraíso perdido” (Evo Morales o Felipe Quisque, entre otros); o la sibilina teología de la liberación, o la teoría del “caos como punto de partida para construir otro mundo” defendida en el último Foro Social Mundial. Todas estas teorías, todas estas estrategias son terroristas por su esencia, y todas convergen finalmente, y alimentan, otros terrorismos más feroces. Y buscan delirantemente el mismo fin.

Nos dirán, ya sabemos, que existe otra izquierda, una izquierda democrática. Puede ser. Mas, es escandalosamente pusilánime esa izquierda democrática y, por otra parte, muestra con demasiada frecuencia abundantes “tics” que nos recuerdan sus orígenes. Y tampoco podemos desconocer sus excesivas coincidencia con la otra izquierda, con la que le unen innegables lazos de parentesco. ¿O es que podemos olvidar las muchas causas que comparten, las muchas pancartas que les unen?

Los desafíos de Occidente son colosalmente graves y únicamente los vencerá si consigue movilizar sus reservas éticas más sanas. Es, en primer lugar un desafío intelectual y ético. No puede haber sitio para la dubitación. Es la hora de la firmeza y de las convicciones.

UNA NOTA PARA EL CASO CUBANO.

En el mismo centro de la vorágine de este minuto particularmente espinoso del mundo, se halla Cuba. Nuestro pequeño y hermoso país, infortunadamente, hace más de cuarenta años que se encuentra a merced de los fieros vientos de la historia. No es el lugar que nos corresponde pero en él nos han colocado artificialmente, con violencia.

¿Podrá Cuba reconducir su destino, un destino que ha sido forzado? ¿Podrá Cuba reconciliarse consigo misma y con el sitio que por historia y cultura le corresponde en Occidente? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que existen múltiples energías adversas. En el drama que vive Occidente, Castro nos ha puesto del lado del mal. Y todas las fuerzas que giran alrededor del mal apuestan por el castrismo. El castrismo poco puede ofrecerles al día de hoy materialmente, pero sí es manipulable como bandera, como referente simbólico, como artificio de un imaginario enfermo.

En el caso cubano contamos con distintas opciones ideológicas que propugnan el cambio de régimen. Entre esas opciones está la izquierda democrática. Por supuesto que son absolutamente legítimas las interpretaciones que esos sectores hacen de nuestra realidad nacional. Como legítimo es que discrepemos de ellas. La izquierda democrática cubana cree en los valores del apaciguamiento, de la no confrontación, del no uso de presiones, de un trato distendido con el régimen como vías para facilitar la transición. Es su derecho pensar así. Es el nuestro disentir.

Al respecto nos ha sorprendido un Editorial de la Revista Encuentro en Internet del 18 de marzo, en el que no se disimula el alborozo por la victoria de la izquierda democrática en España y sus posibilidades en otros sitios. Dice Encuentro:

“El ascenso en diversos países de Europa y América Latina –e incluso posiblemente en los Estados Unidos-, de una izquierda democrática que ya se ha desmarcado de La Habana, puede dejar en una posición más endeble a Castro, quien se ha movido como pez en el agua enfrentado a gobiernos de derecha como los de Bush y Aznar. ¿Qué hará frente a un Zapatero o un Kerry, o qué logrará con el tan esperado mandato de Lula en Brasil o tras un triunfo de alguien como Eduardo Garzón en Colombia? El castrismo necesita de la confrontación para existir. No cabe duda de que siempre acabará encontrándola, pero será cada vez un fenómeno más trágico que terminará por derrumbarse”.

Habría que hacerse algunas preguntas sobre las anteriores reflexiones. ¿Se ha desmarcado verdaderamente y sin vacilaciones la izquierda democrática de Castro? ¿Es un desmarque creíble declaraciones de condena unas veces tibias y otras veces de dientes para afuera, y en más de un caso olvidadas después? ¿Qué ocurrió en la última reunión de la Internacional Socialista? ¿Cuántos de los que ante la presión y la emoción de la última barbaridad represiva reaccionaron con palabras de condena han mantenido una actitud posterior consecuentemente diáfana? ¿Cuántas matizaciones están presentes en las condenas?
¿Posición más endeble de Castro por la existencia de Gobiernos de izquierda como los de Zapatero, Lula o el posible de Kerry? ¿También más endeble la posición de Castro por los gobiernos de izquierda de Chávez, o de Kirchner? Si ganara en Bolivia El delirante Evo Morales, ¿sería más endeble la posición de Castro?

Se dice que Castro necesita de la confrontación, pero sería mejor decir que Castro es un permanente generador de confrontaciones y que es impensable que una política de mano tendida, de puentes para el entendimiento, de apaciguamiento pueda tener resultados. Las causas de Castro y de su régimen, así como su estructura lógica son semejantes a las de todos los enemigos de Occidente. Al igual que los intentos de amansar a Hitler fracasaron –con las terribles consecuencias conocidas-, al igual que sensatamente sería estúpido querer amansar a Bin Laden o a los terroristas de la ETA, constituiría un error histórico ensayar la vía de la derrota de Castro por otra cosa que no fuera la firmeza, el aislamiento, el cerco y la derrota total.

El mundo de principios del siglo XXI se halla expuesto a su mayor peligro. No debemos ser catastrofistas. Hay esperanzas. También para los cubanos. Pero sólo si enfrentamos los peligros con determinación y sin titubeos.