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Artículos
Los métodos represivos del castrismo.
Por Orlando Fondevila.
NOTAS SOBRE LA REPRESIÓN EN EL CASTRISMO.
El problema de la represión y el terror en las sociedades totalitarias
como la cubana no es en exclusiva ni principalmente un objeto de estudio
de la Psicología. Más bien es asunto de la Política y la Sociología y de
manera subsidiaria de la Psicología.
El caso cubano no es de ningún modo singular. En la instauración de un
sistema político que tiene como uno de sus principales fundamentos el
terror, el castrismo no ha sido innovador ni imaginativo. Ha sido y es
la aplicación pura y dura de los principios y métodos de control y
represión presentes en cualquier régimen totalitario conocido. Su
inspiración y escuela han sido la URSS y la RDA, el KGB y la STASSI. Y
no es exagerado afirmar su parentesco con el fascismo, primo hermano
político-moral del comunismo. Mussolini, héroe admirado por Castro en su
juventud ya había afirmado, en nombre del gran ideal: “Todo dentro del
Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado”. ¿No les recuerda
acaso esta frase otra pronunciada por Castro en 1961?
En los momentos iniciales del castrismo, Castro tenía muy claros los
principios y las instrucciones expuestos por Lenin desde los albores
mismos de la Revolución de Octubre, que era su secreto modelo, y se
dispuso a aterrorizar a la población. No contaba aún con el personal
cualificado para cumplir la misión, por lo que los bisoños torturadores
sólo disponían de su devoción fanática al líder y a la causa. La
represión y el terror en esos tiempos primeros se llevó a cabo a lo
guerrillero, a lo bestia como se diría aquí en España, sin maquillaje
legal y sin una praxis, digamos, técnica. Se fusilaba, se encarcelaba y
se torturaba no sólo sin limitación alguna, sino que se hacía pública e
impúdicamente, con amplia divulgación en los medios de comunicación. La
intención era evidente, enseñar la feroz musculatura del nuevo poder,
hacer temblar a los posibles adversarios y generalizar en la población
el sentimiento de terror, de indefensión ante el poder. Desalentar
cualquier conato de actividad política contraria. Desarrollar, con
vesánica premura, lo que en psicología se conoce como síndrome de
indefensión adquirida.
Nada original, repito. De Robespierre a Lenin, de Stalin a Mao, de
Hitler a Mussolini, idénticos principios y métodos: el control social
mediante el terror.
Claro que el terror siempre tiene detrás fundamentos psicológicos, y si
se quiere teórico-filosóficos, y hasta poéticos. Al respecto Martí decía
que todo horror tiene su cantor y su poema y señalaba como ejemplos a
Nerón, a Torquemada y a Catalina de Médecis.
El terror y la represión no pueden tener lugar en el vacío. En una
situación social normal, en una vida social rutinaria, en una estructura
social sin fracturas no puede tener lugar el terror represivo. Sólo en
una situación social anómala, manipulada convenientemente, se puede
crear la circunstancia de locura colectiva, de delirio por una Gran
Causa en nombre de la que será posible aplicar el terror apoyado y hasta
legitimado por amplios sectores de la sociedad. A partir de ahí se
producirá un efecto circular: la Gran Causa legitima el terror y el
terror impone la Gran Causa.
Ocurre, sin embargo, que una vez instaurado el miedo en la sociedad el
mismo se hace parte de la psicología de la sociedad en general y por lo
tanto de la conducta de las personas. De ahí la dificultad extrema para
erradicarlo una vez instituido, una vez que se ha incorporado a lo que
podríamos llamar el magma de la conciencia social, o lo que esto sea.
Es habitual que caigamos en la tentación de considerar al agente, a la
persona que hostiga, maltrata e incluso tortura como alguien con
trastornos en la personalidad, con alguna patología psicológica que le
hace proclive a comportarse de esa manera. No obstante, sin negar lo
anterior, es necesario hacer algunas precisiones. Es interesante que
Friedrich A. Hayek, esencialmente un economista y un científico social,
fuera quien nos diera las pistas imprescindibles para la comprensión del
problema. Hayek descubrió que la planificación y el control de la
propiedad por el Estado no sólo lastimaba la libertad económica y traía
la pobreza, sino que conducía a la esclavización del individuo. Para
Hayek, la maldad represiva no dependía directa y exclusivamente de las
cualidades morales o de los problemas psicológicos de los dirigentes y
de las personas.
El horror soviético y del comunismo en todas partes, incluyendo a Cuba,
no ha sido consecuencia de la mala suerte o de la fatalidad de aquellas
sociedades en las que estos personajes han dirigido, sino que personas
criminales y desajustadas como las de Lenin o Stalin, Pol Pot o Fidel
Castro han podido gobernar porque han podido, en circunstancias dadas,
imponer el totalitarismo. En otras palabras, que no puede haber
totalitarismo o colectivismo bueno porque el totalitarismo y el
colectivismo sólo pueden tener lugar por medio del ejercicio de la
violencia para con los individuos, por medio de la cárcel, de la tortura
y del asesinato, y sólo la hez de la sociedad puede gobernar de esa
manera.
No se trata entonces de errores o desviaciones en la aplicación de las
teorías por maldad de ciertos hombres. Se trata justamente de un error
colosal de las teorías, en el caso del comunismo de una aberración desde
sus fundamentos o premisas, es decir, del marxismo y del leninismo.
El terror y la represión tienen una función social básica para la
instauración y el mantenimiento de las sociedades totalitarias. Sólo
mediante el sistemático y generalizado empleo de la represión y el
terror puede una exigua minoría hacerse con todo el poder de manera
incontestada sobre el completo de la sociedad. El terror se debe aplicar,
en las sociedades totalitarias, y así se ha hecho, de manera
generalizada, incluso de modo preventivo. Los dirigentes soviéticos
decían con todo cinismo que ellos actuaban con los traidores antes de
que se produjera la traición. En el castrismo también. Recuérdense si no
las redadas masivas cuando Bahía de Cochinos, la repatriación forzosa de
pueblos enteros del Escambray para prevenir que ayudaran a los
guerrilleros anti-castristas, incluso los procesos de la llamada micro-fracción
y tal vez hasta los procesos a Ochoa y otros miembros de las fuerzas
armadas .
Otro aspecto importante es el de que el totalitarismo siempre tiene como
coartada subyacente una utopía, la propuesta de una sociedad perfecta y
el logro de un hombre nuevo. Obras magnas de ingeniería social sólo
posibles, en la teoría, aunque nunca conseguidas, mediante el
instrumento de la violencia sobre los hombres. Porque es el hombre el
principal obstáculo para la Utopías que le desconocen absolutamente. Por
eso Juan Pablo II, al valorar el fracaso estrepitoso del comunismo,
afirmó que el mismo era producto de un enorme error antropológico.
Por cierto que en las grandes disputas de nuestra época, más bien desde
mediados del siglo pasado hasta hoy, los horrores del comunismo siempre
han contado con abundantes explicaciones justificatorias. En el caso
cubano hemos asistido incluso a un silencio y a una oscuridad más que
lamentables. Incluso hoy, cuando algunos antiguos respaldos al castrismo
han sufrido quiebras, generalmente se intenta suavizar las críticas con
el argumento de que estas deben ser contextualizadas. O, en el peor de
los casos,
aduciendo que su denuncia beneficiaría a la derecha o al imperialismo.
En el fondo lo que realmente hay es una aquiescencia cómplice,
pusilánime e inmoral.
Ahora bien, volviendo a nuestro tema, sobre todo en los primeros tiempos
–que a veces pueden durar años- muchos individuos, además de los
inclinados a la violencia, pueden prestarse con entusiasmo a servir como
represores, como torturadores. Y lo harán sin escrúpulos de conciencia,
sin sentimientos de culpa. Por el contrario se sentirán felices porque
defienden la Gran Causa, porque a las víctimas las percibirán como los
verdaderos culpables, como los verdaderos monstruos. Sin embargo, esto
puede cambiar con el tiempo en la medida en que se vaya haciendo
evidente para la sociedad la verdad del fracaso de la Gran Causa. Verdad
que será más factible de comprender precisamente por quienes desde las
fuerzas de la represión y el espionaje tienen un mayor acceso a la
información, más allá de la propaganda. Entonces, sólo permanecerán los
más malvados, aquellos deformados moralmente de forma radical. Es lo que
viene ocurriendo en Cuba desde hace muchos años. No serán entonces las
motivaciones místico-ideológicas las que estarán presentes. Será el
criminal entrenado para la represión y la tortura. Esta verdad es
certidumbre para todo el que ha conocido, o más bien padecido, el
pensamiento y las actitudes de los agentes, interrogadores, torturadores
e infiltrados de la policía política cubana en los últimos años. Sin ser
muy perspicaz cualquiera se percata de la calaña amoral y sin ideología
de estos sujetos. También puede leerse “Dulces Guerreros Cubanos”, que
por otra parte me parece despreciable, y veremos como en los círculos
del poder y de la represión en Cuba ya no encontramos ni pizca de
ideología.
En Cuba ha sido así. Es verdad que no podemos comparar la magnitud de la
represión en el castrismo y la que tuvo lugar en la URSS, en China o en
Cambodia, pero no se trata de cantidad sino de naturaleza del crimen,
que es idéntica.
Después de la etapa primera de la brutalidad, vendría la técnica. Con la
sociedad ya controlada, con el terror formando parte inseparable de la
atmósfera social respirada por los individuos desde la infancia, vendría
el momento de la técnica, de la sofisticación de los métodos de la
represión. Entonces, más que la represión abierta vendría la represión y
el terror blancos. Si durante muchos años se utilizaron las celdas
tapiadas, las bartolinas, los electroshocks, los fusilamientos simulados,
los trabajos forzados, las despiadadas palizas, durante un largo período
se harían innecesarios tales recursos y bastaría con técnicas de
vigilancia y hostigamiento blando para mantener la sumisión social. Era
suficiente con que todos sintieran, difusamente, el ojo y el brazo
omnipresentes del Gran Hermano.
Mientras tanto, la sociedad cubana, como todas las sociedades
totalitarias, insisto, ha venido funcionando como una gran secta. Secta
a la que se pertenece quiera o no, crea o no el individuo. Examinemos
brevemente la caracterización socio-psicológica de una secta:
- Control del medio: limitación de todas las formas de comunicación con
aquellos ajenos al grupo.
- Manipulación mística: la persona llega a ser convencida del destino
especial del grupo.
- Demanda de pureza: la perfección sólo será posible si uno permanece
con el grupo y se entrega.
- Ciencia Sagrada: el saber oficial es la verdad absoluta y es capaz de
explicarlo todo.
- Carga del lenguaje: un nuevo vocabulario nace en el contexto del grupo.
- Doctrina sobre la persona: tienes que decir que eres feliz aunque no
lo seas.
- Dación de la existencia: la salvación sólo será posible dentro del
grupo. Si lo abandonas serás condenado.
Durante años esto parecía funcionar así, sin grietas significativas
observables. Pero el sistema se agotaba progresivamente y todo
comenzaría a cambiar, probablemente, a partir de la explosión de los
sucesos de la Embajada del Perú y del éxodo del Mariel. Y se acentuaría
a partir de las noticias que comenzaron a llegar de la Pereztroika en la
URSS.
Aparecería un fenómeno nuevo en la sociedad cubana: la disidencia. Y en
general la sociedad se haría más contestataria. Los cimientos de la
secta comenzaron a resquebrajarse y se hizo necesario aumentar el nivel
represivo. Sólo que ya entonces Castro si contaba con un enorme aparato
perfectamente entrenado y con el substrato de miedo acumulado en tantos
años de práctica totalitaria.
No obstante se presentaba un elemento inusitado para los represores. Por
un lado, la naturaleza absolutamente pacífica del objeto de la represión,
y por otro su relativa masividad y dispersión. Lo cual ha sido bueno y
malo para los luchadores por la libertad. Bueno, porque se le ha hecho
un tanto difícil a los represores actuar con descarnada violencia frente
a quienes no actúan con violencia ni oponen resistencia física alguna.
Es como disparar a una sábana tendida. Malo, porque estos valientes
hombres y mujeres, en razón precisamente de su condición civil y
pacífica no suelen estar preparados para resistir la represión.
Los métodos de acoso y hostigamiento sordo y sórdido han sido, como se
sabe –hay cientos de testimonios- despiadados. El hambre, el aislamiento
social, el hurgar obscenamente en la vida personal y familiar, las
detenciones arbitrarias, los llamados actos de repudio, las
provocaciones y las infiltraciones, etc. forman parte del inmenso
arsenal de la seguridad del Estado contra los disidentes. Todo desde la
impunidad de un poder insolente.
Sin embargo, según se puede colegir de la última salvajada represiva,
los métodos hasta aquí empleados no les han dado al régimen muchos
resultados. Por eso vuelven a las sanciones enloquecidas y a las
torturas a los prisioneros. Al respecto todos los días conocemos de las
humillaciones, de los maltratos, de la desatención médica, en fin de las
terribles condiciones carcelarias a las que están sometidos los presos
políticos cubanos. En la actualidad, a diferencia de los primeros años,
esta situación es conocida por la opinión pública mundial, aunque
todavía es magra la reacción de repulsa.
Como siempre, lo que se quiere conseguir con los detenidos y con los
presos, es doblegarlos, hacerles sentir la fuerza todopoderosa del
represor, hacerles sentir su desamparo, minar la moral de la víctima, y
aunque no se le pueda convencer, lograr que se retracte o que traicione.
Con eso les basta. De lo que se trata es de que el miedo continúe vivo
en la sociedad. Que no desaparezca la secta.
Por suerte, aunque pueda parecer lo contrario, el hombre es un ser
indócil. La arrogancia y el voluntarismo comunistas y su insano
propósito de crear un hombre nuevo, eso que dijera ese siniestro
personaje que se conoce como el Che de que la juventud era la arcilla
fundamental de la revolución, es decir, la pretensión de que es posible
el lavado de cerebros y fabricar personas como se fabrican robots, ese
voluntarismo arrogante, repito, es falso.
Como falsas son algunas tesis defendidas por algunos en relación a la
culpabilidad compartida por todo el pueblo. Ante todo, la noción de
pueblo es un tanto difusa. Los individuos se encuentran muchas veces
entrampados por la historia y las circunstancias. Y claro que las
sociedades totalitarias envilecen a los hombres. Repartir culpas entre
todo el pueblo es diluirlas para finalmente exonerar a los verdaderos
responsables. Los verdaderos responsables, en el caso cubano, son Castro
y su círculo de poder. Y ya que estamos en un Congreso cultural, los
llamados intelectuales. Los intelectuales, tanto cubanos como no cubanos
que siendo intelectuales, es decir, gente informada y creadora de
opinión, han respaldado y todavía hoy continúan respaldando el horror.
Los Fernández Retamar, los Pablo Armando Fernández, los Cintio Vitier,
los García Márquez y los Benedetis, entre tantos otros que han ayudado a
construir la trampa y que aún hoy la siguen sosteniendo.
Por suerte, las grandes trampas, sean políticas, sociales o de cualquier
tipo, terminan derrumbándose. Ni el terror ni la mentira pueden dominar
eternamente a una sociedad, ni los seres humanos son ovejas. Y un día,
como advirtiera Heberto Padilla en inmortales versos hablándole a un
tirano, “un día, dejarán de ponerse de pie cuando tú entres”.
Ese día parece estar cercano. Nadie puede predecir cómo va a llegar. La
apuesta de la heroica oposición externa, y también del exilio, es por
una transición pacífica. Es una apuesta noble y sincera. Pero todo
dependerá de hasta donde consiga llegar la represión. Represión que ya
no tiene, y cada vez tendrá menos, asentimiento o indiferencia popular,
por lo que no tendrá otro camino que ceder o que manifestarse
descarnadamente. La responsabilidad de que haya más o menos violencia no
dependerá de la oposición democrática, Pero lo que sí no podemos
permitir, lo que sí no puede ocurrir es la eternización del régimen
totalitario, con más o menos maquillajes. Nadie quiere más sufrimientos
para un pueblo que tanto ha sufrido ya. Pero sin un verdadero cambio el
sufrimiento no desaparecerá.
La represión y el totalitarismo tienen que ser derrotados. Y van a ser
derrotados.
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