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La Transición.
Por Orlando Fondevila

La palabra más empleada por los cubanos , sea los que se hallan en el exilio o los que están en la oposición interna, incluso confusamente los cubanos de a pie qué no ven la hora en que termine su angustia ya interminable, es: transición. Los politólogos y los teóricos se aplican afanosamente intentando vislumbrar el futuro, empleando para ello metodologías varias, analizando lo acaecido en otros lares, escudriñando los laberintos del poder en la Isla, y hasta haciendo predicciones necrológicas. La transición como obsesión, y como desesperación.

¿Qué va a pasar en Cuba? ¿Cómo y cuándo comenzarán los anhelados cambios? ¿Qué puede hacerse para facilitarlos y, en su caso, acelerarlos? Estrategias, proyectos y propuestas no faltan. Hay que suponer que bien intencionadas. Pero resulta que muchas de ellas son contradictorias entre sí y, por tanto, todas no pueden tener razón. Si hay una meta supuestamente común y nos encontramos en un punto desde el que se proponen disímiles caminos, seguramente no todos pueden ser acertados. Porque si en el mundo antiguo se decía que todos los caminos conducían a Roma, en el caso cubano no todos los caminos conducen a la transición, o al cambio. Al menos si nos estamos refiriendo a una transición o cambio auténtico.

Y es que transición significa justamente “acción de pasar de un estado o modo de ser a otro distinto. Paso, más o menos rápido, de una idea o materia a otra”.

Eso es lo que pretendemos para Cuba y lo que Cuba necesita. No se trata entonces de hacer modificaciones, de que cambien algunas cosas. Se trata de pasar a un estado distinto, se trata de un cambio sustancial. Lo primero, entonces, es clarificar la meta, distinguir nítidamente qué es lo sustancial, que es lo que tiene que sufrir un tránsito, un cambio hacia otra cosa distinta.

La claridad conceptual tiene que corresponderse con la claridad de la exposición. Es decir, que todos entendamos. Hay que huir de los tecnicismos y las florituras académicas, del fárrago verbal e ideológico de tantos intelectuales y políticos. Es bien sencillo: hay que desmontar el Estado totalitario y represor. Para ello son indispensables pasos iniciales en los que no pueden faltar la liberación de todos los presos políticos, dejar sin efecto la Constitución totalitaria, disolver los órganos de poder y los organismos represivos, reconocer sin limitación alguna la libertad de prensa, de expresión y de asociación, convocar en breve plazo elecciones constituyentes supervisadas internacionalmente. Esto de inicio, para que después los ciudadanos libremente escojan quiénes y con qué programa deben gobernar. A partir de ahí vendrán las nuevas leyes y la nueva y distinta organización de la sociedad.

Desde el primer momento deben participar todos los cubanos, vivan donde vivan y cualesquiera sean sus ideas. Cualquier exclusión, salvo la de los grandes culpables del desastre nacional y de violaciones repugnantes de los derechos humanos, sería injusta, y sobre la base de la injusticia no puede haber ningún cambio verdadero. No puede haber cubanos con más derechos y cubanos con menos derechos. Y cubano es todo el que nació en Cuba y los hijos de cubanos nacidos en cualquier parte que así lo deseen. Sin complejos por haberse ido o por haberse quedado. Sin privilegios de ningún tipo. El concepto de que somos un solo pueblo no puede ser meramente retórico. Sin la participación libre y con posibilidades reales de los cubanos que viven en Cuba, no habrá cambio. Sin la participación igualitaria del exilio no será posible transición alguna. Ambos sectores de la nación cubana se necesitan mutuamente para que pueda ser realidad un cambio con justicia y una verdadera reconciliación.

La transición y el cambio en Cuba es inevitable, porque la alternativa es la demolición de la nación. Y porque los cubanos cada vez se percatan más de ello. Pero decir que es inevitable no significa que vendrá por sí sola, o porque pueda ocurrir un arrepentimiento colectivo de quienes detentan el poder totalitario. El poder totalitario no se rendirá sin más, y que nadie dude que en el régimen hay muchos talibanes dispuestos a todo para conservarlo. La transición sólo llegará si conseguimos que el régimen, desprestigiado y sin fuerzas no le queden opciones de mantenerse. Que se generalice la convicción en todo el pueblo de que hay que cambiar. Tiene que hacérseles insostenible el poder. Así de crudo y de claro.

La heroica disidencia interna, de la que sus mejores hijos se hallan encarcelados, y los otros brutalmente hostigados y con escasas posibilidades de acción, es sobre todo, al día de hoy, un referente moral de la necesidad de estos cambios. Su papel crecerá en el justo momento en el que la debilidad del régimen y la movilización ciudadana lo permitan. El régimen debe saber bien claro que no tiene posibilidades de salvación, que la única opción es el cambio. Y es aquí donde el papel del exilio, de quienes son cubanos y viven en libertad, crece. A nadie importa más que a los cubanos la solución del desastre nacional. Ni a Estados Unidos, ni a Europa, ni a América Latina, ni a las Internacionales políticas. Todos los gobiernos extranjeros y las organizaciones internacionales se mueven principalmente por sus propios intereses, los que pueden o no coincidir con los de los cubanos. Toca a los cubanos –y aquí el exilio es determinante- hacerles saber que con Castro o con el castrismo no hay futuro, y que incluso sus propios intereses peligrarán sino se ponen al lado de la transición.

Al régimen pues, con o sin Castro, ni agua. Que sepan que no tienen futuro ni posibilidades de “transiciones” amañadas.

Lo que necesitamos los cubanos es absoluta firmeza en lo que respecta a nuestra meta, que no es otra que la libertad y los derechos. No trocitos de libertad y de derechos, no libertad y derechos dosificados, sino toda la libertad y todos los derechos.

Basta de disquisiciones político-poéticas. Basta de medias tintas y de complejos. Busquemos de verdad la transición