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La ética como trampa.
Por: Orlando Fondevila

Creo recordar un pasaje del mismísimo Lenin en el cual el siniestro fundador de los gulags marcaba, con cierta sensatez cínica, las diferencias entre la ética entendida en las relaciones personales y aquella que tiene que ver con estrategias políticas o militares. Ilustraba su tesis con un ejemplo: si dos amigos se hallaban involucrados en una pelea y uno de ellos huía abandonando al otro, sin duda era un acto de cobardía; por el contrario, si un destacamento de un ejército se retiraba de un escenario de batalla dejando abandonado a otros compañeros ante una inevitable y aplastante derrota, buscando refuerzos o reorganizarse para próximas batallas, se trataría entonces de una acción éticamente legítima.

Cuando las fuerzas de la OTAN emplearon la fuerza para poner fin al régimen genocida de Milosevic, un plumífero de la izquierda fustigó a Mario Vargas Llosa por su respaldo a la guerra. Utilizó un retorcido y tramposo argumento ético preguntándole al destacado escritor si sería capaz de personalmente matar a un semejante.

La verdad es que, por una vez (y sin que sirva de precedente) Lenin tenía razón en su análisis, y el plumífero no.

Por otra parte, los regímenes despóticos, los totalitarios, los tiranos y dictadores de todos los signos que en la historia han sido, han utilizado como rehenes de sus maldades a sus propios pueblos, a las víctimas. El recurso de desarmar éticamente al adversario utilizando como escudo a inocentes ha sido siempre práctica habitual de los terroristas. Mas, la pregunta que en rigor debemos hacernos es la siguiente: ¿sería ético ceder al chantaje?

Cuando las fuerzas aliadas bombardearon las ciudades alemanas para poner fin a la macabra locura del nazismo, ¿era ético que lo hicieran aun a sabiendas de que morirían inocentes? ¿Quién era realmente responsable de esas muertes?

Cuando nos enfrentamos a un régimen de fuerza y de horror, sin escrúpulos, ¿qué hacer? ¿Caer en el juego de su ética tramposa?

Salvando las distancias este análisis debe servirnos para comprender la estrategia a seguir en relación con el drama cubano. Por supuesto que no estamos forzando comparaciones. Por supuesto que no estamos proponiendo el bombardeo de las ciudades cubanas. Pero, ¿qué hacer?

Se deben denunciar los desmanes y las violaciones de los derechos humanos por parte de la dictadura, y en consecuencia promover su condena por parte de gobiernos, parlamentos, organizaciones y personalidades. Eso está bien y debe continuar. Pero, ¿es suficiente? Sabemos que no, sabemos que Castro se burla sistemáticamente de la opinión internacional y escucha los consejos, despreciativamente, con la “sonrisa de la Gioconda”, como ha afirmado.

Se debe apoyar a la disidencia u oposición interna. Son héroes que ocupan el lugar de avanzada en la lucha por la libertad en condiciones precarias. Su papel es indispensable y lo será aún más en el futuro. Pero, ¿es suficiente? ¿No ha acaso demostrado el régimen que cuando se le antoje les manda de un plumazo a la cárcel? ¿Es que alguien duda que el régimen es capaz de todo con respecto a quienes se le oponen y que estos valientes hombres y mujeres son hostigados sin piedad y al día de hoy tienen un espacio de acción muy reducido? ¿Es que el régimen no utilizará siempre el argumento de que toda ayuda a la disidencia es una injerencia y un apoyo a mercenarios, pretexto que siempre tendrá a mano para reprimirlos? Y en este sentido, ¿nos deben interesar para algo los argumentos o los pretextos del régimen? Debemos apoyar a la oposición interna, pero conociendo sus limitaciones y sabiendo que no es suficiente.

¿Qué más nos queda por hacer partiendo de la premisa de que en las condiciones de hoy cualquier vía armada o violenta no es oportuna, viable o deseable?

El embargo comercial como elemento de presión.

En primer lugar no es ocioso repetir que el embargo norteamericano al régimen, más que norteamericano es un medio de lucha de la oposición cubana contra el régimen. Es un instrumento que los cubanos opositores al régimen en el exilio han conseguido mantener. Porque la libertad de cuba nos interesa a los cubanos y la buscamos por todas las vías que nos sean posibles al margen de silencios, codicias o desidias cómplices. ¿Traerá el embargo por sí mismo la libertad y la democracia a Cuba? Por supuesto que no. Se trata sólo de un medio más, insuficiente pero necesario en la consecución de nuestros propósitos. Su valor reside en la combinación con otros medios y, sobre todo, en su fuerza para presiones actuales y negociaciones futuras. Que el régimen lo utiliza como pretexto y que logra venderlo como agresivo, ¿y qué? Lo verdaderamente agresivo y brutal es el régimen. Un régimen que no podrá ser derrotado únicamente con desearlo o con buenas y amables intenciones. O con ingenuidades.

¿Es ético el embargo? Quienes se le oponen, ya sea desde el régimen o desde las posiciones de izquierda o “moderadas” piensan que no. Caen en la trampa de la falsa ética. Argumentan que el embargo trae miseria y calamidades a la población inocente, como si la miseria y las calamidades que padece por casi medio siglo la población cubana no fueran responsabilidad absoluta del régimen castrista. Como si a estas alturas alguien que conozca bien la historia y la realidad cubanas de estos años pudiera creer que con el engordamiento de los ingresos del Estado totalitario mejorarían las condiciones de vida de la población, o se facilitaría el amanecer de las libertades y los derechos de los cubanos. Sobre todo el tema de la libertad y los derechos que muchos colocan en un plano subordinado. ¿Hubo acaso más libertad y mejor nivel de vida cuando el fluía el chorro de la “ayuda” soviética, o cuando el azúcar adquirió precios espectaculares, o cuando se revendía el petróleo? ¿No sirvieron aquellos ingresos para una mayor represión, para locas aventuras subversivas y para mejorar las condiciones de vida de la nomenclatura?

Muchos críticos de izquierda o “moderados” del embargo refieren lo perverso que significa buscar la libertad provocando la miseria, transfiriendo la responsabilidad de la miseria a los que buscan la libertad, en vez de reconocer que la misma es consustancial al régimen totalitario y liberticida.

Los cubanos no podemos ceder al chantaje “ético” del régimen. No podemos resignarnos a ser escudos defensivos de su maldad. El embargo es tan ético con el bombardeo al Belgrado de Milosevic o al Berlín de Hitler, o la política de la “tea incendiaria” de nuestros mambises en su lucha por la independencia.

Lo que no es ético es el totalitarismo, ni la tiranía. Ni las complicidades dolosas o culposas. Ni las éticas ingenuidades.