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Artículos
Rafael Rojas o la complicidad intelectual.
Por: Orlando Fondevila
Rafael Rojas es un brillante intelectual. Brilla entre otros
intelectuales cubanos jóvenes radicados en el exterior (no digo
exiliados porque ellos mismos huyen de la palabra como el diablo de la
cruz, y no digo diáspora porque tal concepto es inapropiado para el caso
cubano). Rafael Rojas, y algunos otros, pero él de manera singular, se
presentan como críticos de la tiranía cubana (a la cual siempre se
refieren mediante eufemismos y no por su verdadero nombre); sólo que sus
dardos dialécticos van dirigidos en especial al exilio cubano en Miami,
o a los Estados Unidos, y en el mejor de los casos reparten
equidistantemente culpas y horrores entre tiranía e imperio. Cuando
menos una curiosa manera de oponerse al castrismo.
Una y otra vez, artículo tras artículo, Rafael Rojas la emprende contra
el imperio y contra Miami y la política del embargo comercial a Castro (que
no a Cuba), justificando de alguna manera los desmanes de la tiranía que
tienen su origen, según él, en dicha política. Para Rojas y para los de
su cuerda político-ideológica si se levantaran las restricciones del
comercio entre la dictadura y los Estados Unidos, como por arte de magia
principiaría la transición pacífica hacia la democracia en Cuba y
tendría lugar una hermosa y rápida reconciliación entre cubanos. Por
cierto, antes de continuar el análisis es apropiado que nos refiramos a
la manoseada “reconciliación”. ¿Quiénes tienen que reconciliarse y con
quiénes? Si hay enfrentamiento, ¿quién es el culpable? ¿Reconciliación
significa que las víctimas abracen a los verdugos y que nada cambie, es
decir, que los verdugos continúen siéndolo aunque sea de forma camuflada?
¿Quiénes son los que se niegan a una reconciliación con justicia?
Pero continuemos con las tesis de Rojas. En un reciente artículo
publicado en Encuentro en la red, Rafael Rojas reitera y resume
clarificadoramente sus puntos de vista. El artículo de marras se titula
“Los poderes autistas”. Estos poderes autistas serían el de La Habana y
el de Miami. Según el autor “Pocas veces en la historia de la humanidad
se ha dado una contradicción tan nítida entre la voluntad general de una
nación y los intereses de sus dos poderes enfrentados: el de La Habana y
el de Miami”. Está claro. Rojas sabe cuál es la voluntad general de la
nación cubana, que por supuesto es la de él. Y a esa voluntad general se
enfrentan dos voluntades igualmente malévolas: las de La Habana y la de
Miami. Pero ni esto, según va desplegando sus argumentos a lo largo del
artículo, se nos hará evidente que la voluntad ciertamente malévola es
la de Miami.
Seguidamente Rojas afirma que “Sólo un interés demasiado poderoso, como
el de la élite ( para Castro sería la mafia) cubanoamericana, puede
embaucar a una superpotencia planetaria en una política tan ineficiente
e impopular”. Y la razón por la cual esa élite (mafia) sustenta esta
política no es otra, para Rojas, que “una razón tangible: el embargo
garantiza a las élites (mafia) cubanoamericanas el rol protagónico en la
futura reconstrucción económica de la Isla y, por tanto, una
privilegiada plataforma de influencia en el orden político del
poscastrismo”.
A Rojas no le gusta, más bien le asusta que el económicamente exitoso
exilio cubano pueda tener algún rol protagónico en el futuro económico y
político de Cuba. Lo que no nos dice es para quién le gustaría a él
debería ser ese protagonismo. ¿Tal vez para los militares que ya desde
hoy controlan política y economía? ¿Los cubanos exiliados no son cubanos?
Otra tesis de Rojas (y de la mayoría de los opositores al embargo) es la
de que a Castro no le interesa que le levanten las restricciones y que
hace muy poco por la “normalización de las relaciones entre Estados
Unidos y Cuba, y la reconciliación de los cubanos de la Isla y la
diáspora”. Falsedad de cabo a rabo. Castro emplea enormes recursos en el
cabildeo en Washington para que se suprima el embargo, y dedica
cuantiosos recursos a comprar al contado mercaderías en los Estados
Unidos par avivar los apetitos de negociantes sin escrúpulos. Castro
percibe que los créditos norteamericanos y la afluencia del turismo rico
de Estados Unidos es la tabla de salvación para el continuismo de su
dictadura. Sólo que Castro quiere conseguirlo sin ceder un ápice de su
poder totalitario ( su máxima prioridad) y, por añadidura, infligiéndole
una demoledora y desmovilizadora derrota al exilio cubano. Sin un exilio
militante, sin un exilio con poder negociador y con la ayuda económica
norteamericana, la dictadura eterna estaría garantizada.
En su ¿desvarío? Intelectual el brillante historiador y ensayista
entiende que “mientras Washington y Miami sean sus enemigos, la
oposición interna puede ser reprimida y descalificada como un agente
foráneo... (y) el sistema político puede preservarse autoritario y
cerrado, con cierto respaldo internacional...” Es decir, que la receta
de Rojas es que todo el mundo, exiliados incluidos, se hagan amigos de
Castro. Nada de embargos, nada de ayudas a la oposición interna porque
eso sería también inamistoso e injerencista. En algún otro artículo
Rojas ha manifestado también su desacuerdo con las sanciones
diplomáticas europeas al régimen. La mejor manera de luchar contra el
totalitarismo castrista es prodigándole besos y flores.
Rafael Rojas concluye el artículo que comentamos con una pregunta
retórica y una respuesta que es una verdadera infamia: “¿Por qué no se
atreven a acabar con este juego los políticos cubanos y cubanoamericanos?
¿Por qué no se arriesgan a acelerar el cambio democrático en Cuba? Sólo
hay una respuesta: porque les resulta más cómodo y redituable mantener
el status quo y llegar con fuerza a la transición. ¿El precio? Que lo
paguen otros con la cárcel y la pobreza, la marginación y el exilio.”
¿Quién quiere Rojas que llegue con fuerza negociadora a la transición? ¿Cómo
puede Rojas culpar de la represión y la pobreza, la marginación y el
exilio precisamente a las víctimas?
Con adversarios como Rafael Rojas el castrismo no necesita partidarios.
Fuente: El Correo de Cuba y
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