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Los nuevos disidentes europeos y la consulta popular en Francia.
Por Boris Luis Santa Coloma

El rechazo en Francia al proyecto constitucional europeo ha generado un enorme revuelo en la prensa alemana, no así entre la población, que considera el asunto más bien una discusión de salón. En realidad son pocos los alemanes que han leído el texto de la propuesta de Carta Magna, pues el gobierno de Berlín apenas se tomó la molestia de divulgarlo. Parece que con cierta arrogancia se pensó en que no era necesario, ya que de todas maneras la Constitución sería aprobada por la clase política, como así ocurrió, pues a diferencia de Francia, en Alemania no hubo consulta popular. Aquí la Constutición establece que los políticos deciden en nombre de la ciudadanía y nadie hasta ahora parece dispuesto a cambiar este estado de cosas.

El proyecto fracasó antes de nacer, cuando la clase política europea decidió elaborar por su cuenta el texto del tratado constitucional. Fueron tertulias de presuntos expertos, en las que los gobiernos fueron los unicos autorizados a opinar. No hubo ningún debate enriquecedor con aportes de los diferentes grupos y formaciones de cada país europeo. Aquello molestó y al final, la gente pasó la cuenta.

Bruselas se ha transformado en una sucursal de la globalización. La gente está harta de ser conejillos de indias. El euro y la Ampliación fueron decisiones políticas erradas, que fueron ejecutadas en busca de un efecto sensacionalista, sin tener en cuenta sus repercusiones económicas. Sus consecuencias se pagan caras hoy. Los europeos están hastiados de una Bruselas defensora de la liberalización y promotora del desmontaje social. La llegada de mano de obra barata de Polonia, República Checa y Rumanía, ha complicado aún más la situación del desempleo en los países europeos más desarrollados. La gente teme por su futuro, mientras que la política local hace alarde de su orfandad de ideas a la hora de enfrentar los grandes retos actuales. Solo grandes discursos, pero ninguna medida para impedir que las empresas desmantelen sus producciones y las trasladen a países de Europa del Este o de Asia. Los políticos de Bruselas nada han hecho para proteger el mercado laboral europeo.

Bajo la consigna de promover la liberalización Bruselas estimula el traslado de la producción a regiones más baratas. Las barreras han caído, pero solo para beneficio del gran capital, que aprovecha la coyuntura para marcharse a otros lugares en busca de beneficios. En vez de criticas, los tecnócratas europeos aplauden cada vez que una planta traslada su producción al Asia. El Viejo Continente y Estados Unidos actúna de la misma forma. Iniciativa empresarial, aplaude la clase política a ambos lados del Atlántico, cuando alguien deja cesantes a miles de franceses o alemanes para ganar más en otra parte. Ni una palabra han dicho los nuevos tecnócratas sobre el compromiso moral de los productores hacia su país, ninguna medida para proteger los mercados nacionales.

El fenecido proyecto de Constitución Europea está basado en los principios anglosajones de defensa de la libre empresa y del capitalismo brutal.

Todo parece indicar que a la hora de votar, los franceses vieron lo que estaba detrás de las grandilocuentes palabras. Calificar la actitud del pueblo francés de “egoista” como han hecho cierta prensa europea, es una injusta simplificación del por qué del “no”. La realidad es otra y esa no se lee en los diarios. La gente ajustó cuentas en primer lugar con Bruselas, no con el gobierno francés como afirman algunos. La gente se pregunta con razón, por qué la introducción del euro no se hizo solo en un club de países realmente con condiciones, como demandaron en su momento algunas voces. En Alemania de un día a otro los precios subieron un 100%. Algo parecido ocurrió en España y en Francia. Pero aquello fue ocultado por esa misma prensa que ahora trató de silenciar a los partidarios del “no”.

¿Por qué Bruselas no hizo la ampliación de forma gradual, país por país, tratando primero de pontenciar la economía de cada candidato antes de su ingreso? Eso habría sido lo más aconsejable para evitar los efectos indeseados de la emigración de la industria y la mano de obra debido a la desigualdad de desarrollos económicos.

En Bruselas se ha instalado una nueva realeza europea. Estos nuevos Borbones, sobresalen por sus discursos grandilocuentes y su retorica pomposa. Como creen que no tienen nada que perder, desde su pedestal sobrevaloran el aspecto publicitario de sus decisiones, más que las consideraciones reales y de peso. Así mismo se inventó la falacia de que la Europa unida será un garante contra la guerra. Lo cierto es que hoy hay en Europa más nacionalismo que nunca y que sigue existiendo desconfianza entre los europeos. La vía para su eliminación está en la elevación del nivel de vida de los socios menores hasta que alcance el de los países más desarrollados. La unidad por decreto de Bruselas está conduciendo a la igualación del nivel, pero a cuenta del deterioro económico de los países más ricos.

Los socialistas franceses –convertidos en abanderados del no- se convirtieron de portadores del sentimiento de millones de europeos de la parte más desarrollada del continente. Su mensaje fue Bruselas no puede ser solo para los de arriba y la gente los apoyó.

La realidad acaba imponiendose. Las llamadas “locomotoras” de la economía europea, Alemania y Francia, actualmente no son más que vagones de segunda. El tren se ha parado. Hay estancamiento, RECESION. Y mientras esto ocurre, Europa, cruzada de brazos, gasta millones en campañas por el “sí”.

Ya sea el pacto social o el de los polders holandeses, Europa tiene sus propias constelaciones y no necesita del dictamen de una camarilla. Para sustituir el status quo actual de los países europeos desarrollados, hace falta una propuesta política coherente, real, que nazca de abajo hacia arriba y que contemple medidas para defender el nivel de vida en los países europeos más desarrollados. Tal vez el “no” francés sirva para marcar el comienzo de una nueva era en el modo de pensar en la UE.

La actitud de los socialistas franceses y en primer lugar la de Laurent Fabius merecen un elogio que toda la prensa europea les sigue negando. Ellos triunfaron a pesar de que fueron sometidos a un brutal bloqueo por parte de los medios europeos, que abiertamente se decantó por el “sí”. La democracia europea debe sacar su lección de la consulta popular en Francia: LOS DISIDENTES TAMBIÉN TIENEN EL DERECHO A SER ESCUCHADOS.

Mayo 30, 2005