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Artículos
El Holocausto.
Por Alberto Muller
albmul@bellsouth.net
Por mucho que queramos, hay algunos imitadores extremadamente peligrosos
y un dolor muy profundo que ha quedado en el alma, para olvidar a los
mártires del Holocausto. Debo decir que fue uno de los momentos más
escalofriantes reflexivos y tristes de mi vida periodística, cuando hace
unos 15 años, tuve el raro privilegio de visitar ese campo de
prisioneros y de exterminio en Auschwits, Polonia, ya entonces
convertido en monumento al recuerdo.
Una prisión de varios edificios rectangulares rodeada con alambradas de
púas y muy cerca un salón con conductos de gas y un crematorio,
concebido por los nazis para asesinar indiscrimanadamente a hombres y
mujeres inocentes, la mayoría de ellos judíos.
Cuando los soldados liberadores de las fuerzas aliadas entraron en
Auschwitz en 1945, encontraron en los almacenes de la prisión: 350 mil
mudas de ropa de hombres y 837 mil mudas de ropas de mujer y casi 8
toneladas de cabello humano.
Pero de esas prendas faltaba lo más importante, los seres humanos que se
abrigaban en ellas y que habían sido asesinados en las cámaras de gas y
cremados en el campo de exterminio.
Sólo quedaban de los cadáveres muchos de sus cabellos. Acuciante y
bochornosa ironía de la historia humana. Se calcula que en Auschwits los
nazis asesinaron a más de un millón y medio de seres humanos indefensos,
que sumados a los asesinados en Dachau y otros
campos de concentración y exterminio, el total supera la cifra de 6
millones de seres humanos asesinados.
Se acaban de cumplir 60 años del fin de aquella pesadilla plena de
rencores políticos y odios raciales, inentendible en el noble corazón
del ser humano. Debo añadir que, después de este recorrido por
Auschwitz, no pudo faltar la visita al Monumento en el Ghetto Judío de
Varsovia, que se alza para recordar la insurrección en la capital polaca
durante la II Guerra Mundial, que dejó un saldo de 200 mil polacos
muertos y la destrucción de la capital
polaca por orden de Adolfo Hitler.
Ante este monumento al sacrificio humano, recuerdo que hinqué mis
rodillas para orar con la mayor humildad posible, tal vez en la oración
más prolongada y dolorosa de mi vida.
No existen palabras ni testimonios ni fotos que expongan la magnitud del
crimen contra el pueblo judío y contra todos los opositores de otras
denominaciones políticas y religiosas, por parte del régimen bárbaro de
Adolfo Hitler.
Debo confesar que, a partir de entonces, he guardado un respeto más
hondo y solidario con el pueblo judío que, son nuestros hermanos mayores,
en ese vínculo admirable y sagrado con el Dios-creador.
Desde la promesa de Abraham, confirmada por Isaac y Jacob en el Antiguo
Testamento, sobre el Pacto de Dios con los judíos, este pueblo ha
sufrido 400 años de esclavitud en Egipto, las persecusiones de
Constantino (313 d.c.), las opresión de los musulmanes (636 d.c.), la
violencia de las Cruzadas (1099 d.c.), el dominio de los mamelucos (1291
d.c.), la represión de los turcos (1571 d.c.), el dominio británico
(1919 d.c.) y el terrorismo
indiscriminado de los fundamentalistas árabes.
No quiere esto decir que el pueblo judío no haya cometido errores en su
andar por la historia, pues todos los pueblos y culturas han cometido
sus excesos, pero realmente hay que decir que el pueblo judío no se
merecía esta larga cadena de ignominias y opresiones despreciables.
Los nazis crearon en Auschwitz, Polonia, un infierno especial que no es
fácil de concebir por la mente del ser humano.
El canciller alemán, Gerhard Schröder, dijo en los actos de recordación
"que el Holocausto fue el más profundo desgarro de la civilización
humana". A los actos conmemorativos asistieron los presidentes de
Israel, Moshe Katsav; de Alemania, Horst Koehler; de EU, el
vicepresidente Dick Cheney; de Rusia, Vladímir Putin; de Francia,
Jacques Chirac, y de Polonia, Aleksander Kwasniewski, entre otros
dignatarios del Parlamento Europeo y del mundo. Hoy el antiguo campo de
concentración de Auschwitz se ha convertido en un
museo silencioso e imponente para no olvidar nunca, el crimen más sucio
y despreciable de la historia humana.
Pero lo más grave de todo este recuerdo acuciante, son los aprendices de
genocidas que aún andan de gobernantes por el mundo, como Kim-Il-Sun y
Fidel Castro, entre otros.
¿O es que acaso podríamos olvidar cuando Fidel Castro, en su estreno
como dictador, tuvo en sus cárceles de Isla de Pinos un régimen de
trabajo forzado que dejó un saldo de decenas de reclusos asesinados
salvajemente y cientos de reclusos golpeados y heridos
indiscriminadamente, mientras dinamitaba los cimientos de los edificios
de la prisión, para eliminar de una explosión masiva de TNT, a todos los
miles de sus prisioneros políticos,
sin excepción?
Si a esto sumamos las masacres de Fidel Castro en el Remolcador 13 de
Marzo, en el pueblo de Canímar y en los paredones de fusilamiento con
ciudadanos inocentes, por citar sólo algunos hechos de sucia
criminalidad, no podríamos llegar a otra conclusión, que Fidel Castro no
ha sido un genocida al estilo de Adolfo Hitler, porque Cuba no tenía la
potencialidad alemana ni las fronteras europeas.
Todavía el dictador cubano anda en esos quehaceres de encarcelar y
maltratar, pues de los famosos 75 disidentes pacíficos de hace dos años,
la mayoría todavía siguen en prisión.
Honremos a los caídos en Auschwitz y a los caídos de todos los campos de
concentración nazis, pero hagamos que el grito de solidaridad sea tan
fuerte, que amedrente a los aprendices de genocidas y averguence de
nuevo la
memoria de los culpables de esta historia desgarrada.
Publicado por Diario Las Américas en su
edición del martes 1 de febrero,
2005
Fuente:www.netforcuba.org
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